El drama de El Caballito

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    Todo el país se ha consternado con el tema de la afectación del famoso monumento de Carlos IV, mejor conocido como “El Caballito”, que fuera diseñado por el escultor Manuel Tolsá, y que se encuentra en el centro histórico de la Ciudad de México, referente desde hace más de doscientos años para todos los capitalinos y para nosotros los de provincia es, en realidad, una especie de mito. El asunto ya ha sido tratado en los medios de comunicación hasta el cansancio, así que no es asunto que en esta carta se deba tratar. Lo que diré, a manera de breve reflexión, es que este daño terrible a un monumento histórico es de alguna manera una metáfora de lo que ha venido ocurriendo en nuestro país desde hace al menos tres sexenios (en México el tiempo se mide así).
    El daño sufrido a la obra que pertenece a todos, es el mismo que los gobiernos han venido haciendo, a través de sus actos negligentes e insensibles, a toda la sociedad mexicana, no solamente a los habitantes del DF, pues es claro que no hay responsabilidad en los actos que realizan los gobernantes, quienes crean leyes y dictan mensajes a mansalva y, también, crean guerras contra las mafias del narcotráfico que ellos mismos dejaron crecer y están, en alto grado, coludidos en sus negociaciones que van en deterioro de nuestra gente, cada vez más alejada de sus “representantes” en los altos mandos gubernamentales y partidos. Es triste, entonces, lo ocurrido. Es indignante como todo lo que ha venido ocurriendo en México. Es tan espeluznante como la balacera sucedida en estos días en Tepatitlán. Es tan asombroso como lo que ha dicho el IFAI, que declara  “inexistente el historial académico de Peña Nieto”. Es una falta a la inteligencia y al espíritu. Es un agravio que un presidente sea ignaro. Es realmente zafio que se dañe a la historia y a la sociedad entera en este México donde, como dicen, nos tocó nacer.

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