El diluvio que viene

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    En el marco de un teatro perfecto vivimos la situación política de nuestro país: crisis de credibilidad, legitimidad, justicia y madurez, valores a prueba, porque la incipiente “democracia” está tambaleándose.
    Estas crisis no son exclusivas de México, ya que diversos países de América Latina las padecen, y otros tantos pagan las consecuencias: los círculos viciosos que por años se mantuvieron “estables”, hoy buscan salidas emergentes.
    Los movimientos sociales comienzan a hacerse visibles y manifiestan su desacuerdo con el sistema político, al menos como desobediencia a los preceptos impuestos por el gobierno.
    Uno de los tantos errores cometidos por nuestros gobernantes fue considerar inmadura a la población, actitud con la que subestimaron la inteligencia, en especial la de los jóvenes.
    Otro de esos grandes fallos fue la amnesia selectiva, ya que olvidaron a quienes les dieron su voto y para qué.
    Las cabezas comienzan a rodar y los actores políticos estudian nuevos mecanismos que les permitan establecer alianzas con base en el diálogo, para resolver el problema ilógicamente generado en perjuicio de un gobernante que ha demostrado, para gusto o inconformidad de muchos, su capacidad de convocatoria.
    Esto puso en evidencia la necesidad que nuestro país tenía de encontrar un líder “mediático”, sin lugar a dudas, inteligente, lo que habla de la urgencia de buscar soluciones a los problemas de naturaleza política y legal, antes de que tengamos una tercera gran crisis, a 200 años de la independencia y 100 de la revolución mexicana.
    Este reajuste de la máquina gubernamental haría que lleguemos a formar parte de los países “democráticos” de América Latina, lo que impactaría en la política internacional y los mercados financieros.
    No podemos estar ajenos al comportamiento político de nuestro continente, porque muchos de los cambios que operan en varios de ellos, son provocados por movimientos alternativos, surgidos de partidos de izquierda, o sea, esos llamados “populistas”, término que a mi juicio no es despectivo, ya que la función de la democracia es trabajar para el pueblo, al menos en su sentido estricto de “debe ser”.
    En alusión a las “lecciones de legalidad y justicia” que México da al mundo, son evidentes los vacíos de poder, la ineficacia de nuestra obsoleta constitución, el desequilibrio social y la incompetencia del jefe de Estado para gobernar y resolver de manera sensata, lógica y coherente, el embrollo que generó.
    Es el momento de salvar el barco antes de que se hunda, aunque tengamos que solicitar la dimisión de funcionarios que no han logrado estar a la altura de las circunstancias. Sin duda, “los hombres se ahorcan con los cabos sueltos de sus proyectos”.
    Este es el meollo del asunto en nuestro país, eminentemente político, que esgrime pretextos legales selectivos y absurdos.
    Por causas diferentes y casi los mismos efectos, en países latinoamericanos han estallado manifestaciones, tanto pacíficas como violentas, lo que obliga a un cambio de dirección que nos permita crecer.

    * Estudiante de la licenciatura en estudios políticos y gobierno (UdeG).

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