El devaluado oficio de escribir bien

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    “Se ha abatido la calidad literaria del periodismo”. A Humberto Musacchio le basta dicha frase para desarmar las consignas martirizadoras de los periodistas culturales, que se lamentan de la reducción de espacios y libertades. “El periodismo cultural requiere de colaboradores informados, con una buena formación literaria, con buena pluma o por lo menos con la pretensión de escribir bien”.
    El caballo de Troya que ha carcomido al periodismo cultural es la mediocridad de la escritura y creer aquello de que el periodista no es especialista en nada. El periodista cultural debe ser culto, conocer el ámbito intelectual y preocuparse de la calidad literaria de su texto. Dicen que es elitista, pero “el periodismo cultural será tan elitista como malos sean los periodistas que lo cultivan. Los buenos periodistas culturales tienen que escribir tanto para la gente culta como para la gente común: depende de nosotros ganar público”.
    Pero, ¿a quién diablos le interesa el periodismo cultural? A usted, lector. Por supuesto también a mí, a todos los que hacemos este o cualquier suplemento, que no estamos ni estaremos resignados a leer, menos a escribir un texto que sacrifique la calidad por la inmediatez tipo estornudo de un tuit. Detrás de la red permanecerá el tejido.
    Y ¿por qué ocuparnos, usted y yo, de nosotros mismos? Narcisismo quizá, pero no sólo eso. Pasa que el periodismo cultural debe informar con la misma precisión rigurosa que el resto de las secciones de un periódico o la revista científica, pero con el mismo escrúpulo literario y estético que la prosa o la poesía. De eso dependerá que usted y nosotros sigamos encontrándonos.
    El periodismo cultural pertinente y bien hecho trasciende al diarismo: “presenta hechos y también los analiza”. Al periodismo trascendente lo recoge la historia. Y una parte de esa historia es la que Humberto Musacchio vino a presentar a la FIL en el primero de tres tomos de México: 200 años de periodismo cultural (Conaculta, 2012).
    La obra es monumental en dimensiones, tanto figuradas como literales: este primer tomo abarca de 1810 a 1910 y pesa lo que vale. Porque recopila textos de El Diario de México, “órgano de expresión de la Arcadia Mexicana, un grupo de poetas neoclásicos que fueron nuestra primera mafia cultural”; de la revista Azul y la revista Moderna, ambas transgresoras de los valores, sobre todo religiosos, de la época. Resalta además la importancia de El Iris, “nuestra primera revista cultural, la publicación ilustrada que introduce la litografía en el periodismo, que publica por primera vez ilustraciones a color, que hace crónica viva”.
    Viveza y atemporalidad son el criterio con el que Musacchio fue cribando y seleccionando los textos que aparecen en esta edición, compuesta en su mayor parte por facsimilares, ya sea porque marcaron época o ejemplificaron “la función del periodismo cultural: llevar el registro de nuestra evolución intelectual y artística” hasta sacarle lustre.
    La premisa de Musacchio fue recopilar y rescatar muestras de periodismo cultural cualitativo, pero también contraponerlo al actual, acechado por la mezquindad de dueños, directores o editores que “no lo ven como un negocio rentable”, que no forman reporteros especializados, sino que les mandan cubrir un día la nota policial o financiera y al siguiente la cultural. A ello tenemos que agregar la eliminación de correctores y editores, en demérito de la calidad, además de la sobrecarga laboral para el reportero, que debe “cubrir la fuente para su periódico, para el radio, la televisión y hasta para el sitio de internet”, al mismo tiempo y por el mismo sueldo.
    El secreto a voces: si el periodismo está en crisis, el periodismo cultural está en coma. Pese a la debacle, Musacchio ve en el irreversible cambio de soporte tecnológico un reajuste: “En todo el mundo hay una evolución de periodismo impreso al periodismo de internet, por una razón de costos esencialmente: sólo en México desperdiciamos papel como lo hacemos”.
    Antes del colapso queda una pizca de futuro. ¿Cómo ve al periodista cultural en el próximo sexenio?, le pregunto. “Delgado, muy flaco”, dice. Así las cosas, advierto al lector que no lo sorprenda nuestra inminente languidez.

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