El culto a lo material

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La modernidad es un período histórico europeo que tiene en Descartes a uno de sus principales pensadores. Se caracteriza por el supuesto de que la razón es fundadora de la realidad (también conocido como idealismo), mismo que tiene su fundamento en la clásica expresión del propio Descartes: “Pienso, luego existo”.

Pueden rastrearse los inicios de la modernidad desde el Renacimiento, que desemboca en la Ilustración. El criticismo de Kant ya había dado cuenta del proceso por el cual la razón se constituye como tribunal supremo ante el que ha de justificarse todo lo que pretenda ser válido, y ver hasta dónde puede comprender la verdad, lo bueno y lo bello.

La modernidad es, ante todo, un proyecto humanista, del cual surge la teoría de la democracia, los derechos humanos, la ruptura con los dogmas; se creía además en la posibilidad de construir universales en esas tres grandes esferas en la que puede leerse cualquier sociedad: la verdad, por medio de la ciencia y la tecnología; lo bueno, por su política, ética y sistema de justicia y lo bello, por medio de su cultura.

En su libro El encubrimiento del otro. Hacia el origen del mito de la modernidad, Enrique Dussel considera medular el año 1492 para el surgimiento de la modernidad, porque hay quienes consideran que éste fue un proceso inmanente. ¿Por qué Dussel lo considera un mito? Éste no desprecia las bondades de la modernidad, sino la ideología europea, que trata de justificar la dominación que se ejerce sobre el otro, sobre todo el del supuesto “bien” que se hizo (y se hace) para “civilizar”, “desarrollar” y “modernizar” al bárbaro.

“El ‘Mito de la Modernidad’ –agrega Dussel– es un victimizar al inocente (el Otro) declarándolo causa culpable de su propia victimización, y atribuyéndole al sujeto moderno (el conquistador) plena inocencia con respecto al acto victimario. El sufrimiento del conquistado (colonizado, subdesarrollado) será interpretado como el sacrificio o el costo necesario (a pagar) (por) la modernización. La misma lógica se cumple desde la conquista de América hasta la guerra del Golfo”.

Nietzsche comienza a derrumbar la modernidad. Señalaría que nuestra sociedad está construida sobre pilares endebles y lo que hace es empezar a dinamitar las grandes ideas que se tenían de bueno, verdadero y bello. Luego viene la Escuela de Frankfurt y su Crítica de la razón instrumental (Max Horkheimer, 1967) y La condición posmoderna (1979) de Lyotard, que deriva en la ruptura con el discurso de los grandes relatos. Fukuyama es conocido, sobre todo, por el controvertido El fin de la historia y el último hombre de 1992, en el que afirma que la historia humana como lucha entre ideologías ha concluido.

Éstos y otros autores critican la sociedad actual posmoderna por el realismo del dinero, que se acomoda a todas las tendencias y necesidades, siempre y cuando tengan poder de compra y en la que también sólo importa vivir el hoy, la búsqueda de lo inmediato, el culto al cuerpo, la desaparición de la personalidad individual, la tecnología que supera a la fe y a la ciencia, la pérdida de fe en el poder público, la destrucción de la naturaleza, la explotación del “tercer mundo” y el desprecio hacia la evidente falta de justicia.

La posmodernidad plantea posiciones que señalan que ese núcleo ilustrado ya no es funcional en un contexto multicultural; que la Ilustración, a pesar de sus aportaciones, tuvo un carácter etnocéntrico y autoritario-patriarcal, basado en la primacía de la cultura europea y que, por ello, o bien no hay nada que rescatar de la Ilustración, o bien, aunque ello fuera posible, ya no sería deseable. Por ello, la filosofía posmoderna ha tenido como uno de sus principales aportes el desarrollo del multiculturalismo, la alteridad y todos los feminismos y posiciones de la diferencia.

Es necesario, por lo tanto, configurar el presente con sus modificaciones a partir de un nuevo paradigma. Más que el prefijo “pos” sería el de “trans” el más apropiado para caracterizar la situación, dado que connota la forma actual de transcender los límites de la modernidad. Ésta funcionaba bien, porque se creía que había un solo mundo (el europeo), pero Dussel afirma que a partir de 1492 nos dimos cuenta de que hay otros mundos, y por consiguiente ya no se puede construir una sola versión, en ningún tema, con base en una sola postura o cultura, porque hay otros que piensan diferente.

La postura de la transmodernidad no es relativista. Y es que la posmodernidad termina siendo relativista porque apela a la verdad individual, no cree que puedan construirse universales de bueno, bello y verdadero, porque las posturas parten de la inconmensurabilidad entre las culturas y, por lo mismo, considera que tampoco habría manera de que pueda existir un diálogo, ni de entendernos.

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