El capital cultural

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El conjunto de actividades derivadas de la creación cultural, en el sentido más amplio del concepto, constituye actualmente un sector de la economía que vive en auge: genera empleos, rentas, impuestos y comercio; y contribuye a determinar las posibilidades de desarrollo de distintos espacios urbanos, de modo que configura una nueva geografía, donde las disparidades económicas se hacen cada vez más notorias mediante el análisis de la situación que guardan las actividades creativas y culturales.

Si se considera a la cultura como un factor determinante del progreso humano, en general, o de una parte de las transacciones económicas, en particular, resulta congruente considerar al patrimonio cultural y creativo como una forma del capital de un sistema económico, es decir, como un factor de incidencia positiva en la productividad.

Se puede decir que el capital cultural es el conjunto de elementos tangibles e intangibles que expresan el ingenio, la historia o el proceso de identidad de una comunidad dada, y debe entenderse éste como un recurso o activo que rinde rentas en forma de flujo de bienes y servicios derivados, y que puede depreciarse si se descuida o acumularse si se mejora y se invierte en su fomento.

El capital cultural es, consecuentemente, un fenómeno que interviene en la función de producción de una economía, tiene usos alternativos y carácter sustitutivo con otras opciones o recursos y, por lo tanto, es susceptible de ser evaluado y procurado de manera colectiva debido a la contribución que hace al desarrollo económico de una demarcación territorial o una sociedad.

El capital cultural se diferencia del capital físico (aun cuando también está hecho por mano humanas), en que éste último no tiene significado como creación artística. De igual modo, posee ciertas similitudes con el capital humano, dado que ambos representan una especificidad de la fuerza de trabajo; no obstante, el capital humano se manifiesta de forma concreta en el aumento de la capacidad de productividad de un sistema, en tanto que el capital cultural no tiene esta característica, sino que se manifiesta en forma de elementos tangibles como son las obras de arte, que responden a un sentido estético, simbólico e histórico.

El capital cultural se diferencia del capital natural, en que el primero no constituye un conjunto de recursos directos provenientes de la naturaleza, sino que son elementos, presentes o acumulados, hechos por personas; sin embargo comparten el rasgo de ser bienes no renovables, en muchos casos y, por lo tanto, su manejo debe incorporar la idea de sostenibilidad en el largo plazo.

Respecto del capital social, ambos tienen la similitud de compartir un perfil de caracterización antropológica y psicológica de los individuos, aun cuando, de nuevo, el capital cultural se expresa en forma de creaciones intelectuales y estéticas que en muchos casos son atemporales y universales, y el capital social se refiere exclusivamente a la calidad y cantidad de las redes de relaciones en una sociedad determinada, en un espacio y tiempo también determinados.

Algunos estudios llevados a cabo en Europa y Norteamérica hacen énfasis en la capacidad de la cultura y la creatividad en la determinación de las posibilidades de crecimiento de las economías locales, de modo tal que el capital cultural tiene un peso importante en la función de producción. De este modo, puede hablarse del impacto que la cultura tiene sobre el desarrollo económico a medio y largo plazo mediante el incremento de los flujos económicos, los cambios en la ordenación territorial y la estructura productiva, las mejoras en los niveles de instrucción, la modificación de las condiciones de competitividad.

Además, el proceso opuesto también existe, es decir, cambios en el sector cultural provocados por procesos de crecimiento o detrimento económico. Existe evidencia de que los niveles de desarrollo afectan las tasas de participación cultural de la ciudadanía y las condiciones de provisión de bienes culturales. Cabe suponer, por lo tanto, que las regiones prósperas disponen de un sector cultural más amplio que aquellas que no lo son.

Con independencia de que el talento, y el patrimonio cultural en su sentido más básico pueden suponerse distribuidos de forma equitativa en un país o sociedad en particular, los datos muestran que las actividades culturales tienden a concentrarse en espacios concretos, distinguibles por el nivel de urbanidad, el grado de desarrollo económico, la disponibilidad y acceso a bienes de tipo tecnológico, la capacidad de movilidad y comunicación y un estilo de vida de las personas caracterizado por una mayor apertura y tolerancia.

De este modo, el crecimiento económico incide en la evolución del sector cultural, no sólo en su nivel de actividad, sino en su estructura productiva, de manera que pueden distinguirse tres grupos de efectos relacionados.

1. Cambios en la demanda de bienes culturales, correlacionado de manera positiva con el grado de formación y el nivel de renta.
2. Procesos de crecimiento económico simultáneos a las fases de desarrollo tecnológico y acumulación de capital que afectan la provisión de bienes culturales, que a su vez constituyen un campo propicio para la innovación y la mejora productiva.
3. La extensión y multiplicación de políticas culturales implican una mayor capacidad de atención de los sectores sociales, de modo tal que el acceso a la cultura se convierte en una demanda generalizada por parte de la ciudadanía.

Sería muy interesante, a la luz de estos elementos, realizar una valoración del capital cultural con que cuentan Jalisco y Guadalajara y sus interrelaciones con la economía estatal.

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