El bestiario de Kafka

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Kafka y los animales. Kafka tenía su propio bestiario. Dispersos en cuentos y novelas, los animales fueron una figura recurrente en su escritura. En su zoológico particular literario es posible apreciara los chacales, el topo, el buitre, el chango, el perro, el ratón, el escarabajo, el gato, el cordero, el caballo Bucéfalo de Alejandro Magno, e incluso las sirenas, además de un “artista del hambre” que pasa su vida metido en una jaula de circo para ser exhibido, como si se tratara de un animal prehistórico o deforme.

El punto de partida en la conformación de este Bestiario —aunque nunca fuera intención del mismo Kafka hacerlo como tal— es la publicación, en la revista alemana Der jude (El judío), que dirigía Martin Buber, un amigo de Max Brod —el albacea y confidente del escritor checo—, de los relatos “Chacales y árabes” e “Informe para una academia”. A falta de un título que los agrupara, Kafka, en una carta que le dirige expresamente a Buber, le sugiere llamarlos “Dos historias de animales”.

Además de estos dos cuentos ya referidos, el Bestiario (publicado en 1993 en España) incluye “El topo gigante”, “El nuevo abogado”, “Un cruzamiento”, “Preocupaciones de un jefe de familia”, “El silencio de las sirenas”, “El buitre”, “Fabulilla”, “Un artista del hambre” e “Investigaciones de un perro”. En el prólogo del volumen, Jordi Llovet —quien seleccionó y editó los textos— dice que la referencia a los animales tiene para Kafka una intención simbólica, porque aparecen “para ilustrar, con mayor o menor carga de ironía, el comportamiento humano”.

Porque la condición humana, sus contradicciones y sinsentidos permean en conjunto la obra kafkiana. Recordemos que Josef K., en El proceso, acaba su existencia “preso como un perro”: el personaje sucumbe tras una parodia de justicia: no sabe por qué lo detienen, por qué lo llevan preso y, más aún, por qué llevan a cabo su ejecución. Y de La metamorfosis, ya sabemos que Gregorio Samsa de la noche a la mañana se convierte en un despreciable escarabajo, y a partir de entonces pasa sus días boqueando en una “soledad animal”.

Del conjunto del Bestiario, en “El topo gigante” —llamado también “El maestro de pueblo”—, podemos hablar de la fascinación de Kafka por los hechos tremendamente increíbles, que juegan un mano a mano peligroso con la verosimilitud: un maestro de pueblo encuentra un topo gigante —de más de dos metros— y lo da a conocer a toda la comunidad. Pero un hombre de ciencia descree y rebate todos los argumentos que da el profesor. Y se establece una lucha entre lo comprobable con la fantasía: las más de las veces este camino, en Kafka, acusa el abuso sobre los débiles que reciben una ayuda que al final resulta obsoleta.

En “Fabulilla” —el relato más corto, apenas un párrafo y un diálogo— un ratón se queja de que el mundo se achica, y no puede hacer ya sus largos recorridos. Le recomiendan cambiar de dirección, y al hacerlo el gato se lo come. “El buitre” es la búsqueda de los rasgos humanos en algún animal que se preste, por su manera de comportarse, para aniquilamiento del propio ser humano: un buitre encaja sus patas en los ojos de un hombre que se desangra y muere. En “Un cruzamiento” un hombre posee un animal singular: mitad gatito, mitad cordero. Pero como está a disgusto de su condición, “quiere ser casi perro”. Un nuevo abogado, “el doctor Bucéfalo”, el famoso caballo de Alejandro Magno, antes que participar en batallas, se sumerge en la lectura de libros de derecho y antiguos textos.

Tanto en este último como en “El silencio de las sirenas”, Kafka recurre a lo mitológico con el fin de establecer un juego siniestro: los animales pueden tener comportamientos de los humanos y éstos, animalizarse sin transición alguna. “Investigaciones de un perro”, “Informe para una academia” y “El artista del hambre” desnudan lo que Michel Tournier establece en El vuelo del vampiro: que en la obra de Kafka hay un “carácter monstruosamente absurdo”, sobre todo en las condenas (impuestas o no) que recaen sobre sus personajes y animales. Este compendio de bestias kafkianas —fabulosas y a veces repugnantes— emprende una interpretación general del destino humano.

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