El aullido de los nuevos hipsters

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    Diego Luna con melena al hombro y barba indolente juega ping pong. Del otro lado de la mesa responde Jaime López, chamarra de cuero, mezclilla gastada. El sonido de la pelota resuena en el silencio. Golpea la red, cae. Reanuda el vaivén, hasta que López suelta la pequeña raqueta, indiferente. Otra pelota, otra. Nada.
    Así inicia la lectura dramatizada de Aullido, el poema de Allen Ginsberg que marcó a una generación de estadounidenses a mediados de los 50, sumidos en la abulia de la victoria tras la Segunda Guerra mundial, rebozados de jazz y blues, de los placeres del alcohol, el tabaco sin restricciones y las primeras drogas sintéticas.
    Luego el golpeteo de una máquina de escribir se mezcla con los acordes de la guitarra de López, como un prefacio para entrar en el poema, para afinar los oídos.
    “He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas”. Para nuestros vecinos del norte, las primeras líneas de Aullido han sido por más de medio siglo un ícono de la rebeldía ante lo establecido. Ahora que han caído –la semana pasada– sobre un auditorio a medio fuego en el Centro Cultural Helénico, no hay garantías para decir lo mismo. El inmueble ha conocido mejores tiempos, lo cual contribuye a la estética. Pero la concurrencia se integra en buena parte de nuevos hipsters que piden un boleto para “lo de Diego Luna, no sé cómo se llama” y que reaccionan con regocijo porque se sienten aludidos cada que el poema dice su nueva palabra favorita.
    Sí, usan los mismos gruesos lentes de pasta, se aficionan con intensidad a ciertos músicos y se pintan de rebeldes con tatuajes, peinados imposibles y ropa estrafalaria. Pero no son los hipsters de Ginsberg; ni siquiera se les parecen en el nihilismo ni en el asco por la calma chicha del imperio en su apogeo. En el país de la eterna crisis, el asco tendría que venir de otro lado. ¿O será que la crisis también se ha institucionalizado, y eso es lo que hay que repudiar? ¿O no es tan sólo que aquí lo hipster es en realidad una postura pretendidamente estética e importada?
    Como sea, Diego Luna lee hoja de bloc de notas amarillo tras hoja de bloc de notas amarillo. Cuando termina cada una, la arruga y la arroja al piso. Por su voz tibia pasan las imágenes decadentes de una borrachera en las azoteas del bajo Nueva York, de los yonkis, de Rockland, el hospital siquiátrica donde Ginsberg describe a Carl Solomon, el desquiciado amigo a quien dedica la primera parte del poema; por su voz apenas enronquecida a veces pasa Moloch, el ídolo arcaico y sediento de sangre humana que es una metáfora más bien directa del stablishment. Pasan el peyote, los desiertos y los volcanes mexicanos como símbolo de lo bárbaro y por eso mismo deseable, y pasa también, por último la letanía profana de que santifica la ciudad, la clase media, la marihuana, el jazz y la máquina de escribir.
    Entre una y otra bola de papel, Jaime López canta fragmentos del poema arreglados no para recitarlos acompañado de la guitarra, sino efectivamente convertidos en canción, casi siempre mucho más expresiva y mejor recitada que en la interpretación de Luna, claramente ajeno al raro arte de leer poesía en voz alta.
    Esta puesta en escena y semi concierto tiene más pretexto que la mera poesía para estar en la FIL, pues acompaña una nueva edición ilustrada de la editorial Sexto Piso. Si la traducción de Rodrigo Olavarría es la misma que lee Diego Luna, queda claro que no es éste su mejor mérito. Lo sería el hecho de que el volumen está ilustrado por Eric Drooker, lo cual en realidad significa que plasma fotogramas de la animación inserta en el largometraje que dirigieron Rob Epstein y Jeffrey en 2010, con James Franco como Ginsberg. Y que Drooker no sólo conoció personalmente a Ginsberg, sino que trabajó con él en el libro Illuminated poems (Poemas iluminados) a mediados de los 90. Todo sea por escuchar el himno beatniks por antonomasia, o como señalara el propio Ginsberg en un prólogo sobre Jack Kerouac: “Quizá hemos llegado a un punto de evolución humana o inhumana donde el arte de las palabras es dinosauriamente viejo y fútil, y debe dejarse de lado”.

     

    Aullido, lectura de Diego Luna y Jaime López
    Jueves 29 de noviembre, 20:00 horas.
    Salón Enrique González Martínez, Área internacional. Expo Guadalajara.

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