El arte de la memoria

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    En todo caso los fieles seguidores de la poesía de Antonio Gamoneda deben estar complacidos a plenitud por el anuncio de que vendrá, este fin de año, a compartir su presencia, su poesía y su voz.
    El anuncio desde Madrid debió hacer gritar a los jóvenes poetas tapatíos que leen y releen su obra, que bien vista —y declarada por el propio poeta— tiene mucho que ver con San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Jorge Manrique y Federico García Lorca, y retrata con fidelidad los tiempos crueles y difíciles sufridos por un sinnúmero de personas durante la Guerra Civil española, pues Gamoneda mantiene entre sus versos la evocación de esa malignidad para criticarla, desvelarla y darle una visión más clara a los acontecimientos también padecidos por él y su familia.
    En Guadalajara, durante la Feria Internacional del Libro, el poeta ofrecerá lecturas públicas y, con toda seguridad, sus trabajos elevarán su voz y de alguna forma sus pasos seguirán, a un tiempo distante y distinto, el itinerario de otro poeta español: Pedro Garfias, tan olvidado y que vivió en nuestra ciudad; en la Plaza Sevilla (avenida Chapultepec) se mantiene su rostro y un lejano recuerdo de lo que fue la Guadalajara con su presencia, y donde publicó su Río de aguas amargas, en 1953.
    Este punto es obligado, seguramente, para Antonio Gamoneda, pues su poesía se recrea y surge de la memoria histórica y es de allí donde parte hasta volverse una luz mística muy actual y fina. Y tal vez su memoria, si asiste a este punto y mira el rostro de Garfias, encuentre en definitiva lo cercano que se halla el vínculo hhistórico de 1936 a Guadalajara.

    Otra más alta vida
    Aunque Gamoneda no nació en León, sino en Oviedo (1931), su larga estancia lo une intrínsicamente con esta región. Toda su obra la refiere, como está vislumbrada la ciudad de Nueva York (Así es el llanto; /así es el llanto y las serpientes están llorando en Nueva York.) y, sobre todo, el amor (Mi manera de amarte es sencilla: /te aprieto a mí /como si hubiera un poco de justicia en mi corazón /y yo te la pudiese dar con el cuerpo.).
    A León fue a los 14 años junto con su madre; su padre —lo afirma el propio poeta— ya había muerto y de él, de su único libro publicado (Otra más alta vida, 1919), aprendió en los años treinta los andamiajes de la lectura. Y con seguridad además aprendió la fidelidad a sus principios, ante el lenguaje y la realidad histórica, pues es la memoria la que ha llevado al poeta a realizar la mayor parte de su trabajo poético. Y su directa crítica al franquismo que padeció en primera persona.
    “Efectivamente, ese archivo interior en el que se trenzan la memoria y el olvido ha sido para mí el elemento suministrador de recuerdos más importante”, le confesó a Amalia Iglesias, hace algunos años. Durante esa misma charla afirmó: “También he tenido contacto con dos o tres personas relacionadas con mi infancia, periodo que abarcan estas memorias, que terminan el día en que cumplo catorce años. En ese momento tenía ya la edad suficiente para ser testigo del espacio vivencial y del contexto social y político en el que vivía y que entre mis cinco y mis catorce años coincide precisamente, no debemos olvidarlo, con el período de la Guerra y la Posguerra. Como decía antes, el archivo ha sido básicamente eso: un trenzado de recuerdos y olvidos en el que yo no era consciente de todos mis recuerdos”.
    Ya en otras ocasiones, al referirme a la poesía de Antonio Machado, me he preguntado el porqué la poesía de los autores actuales ha perdido la capacidad para encontrarse con la historia, con la biografía y la confesión rápida y sensible. Creo que de algún modo el poeta está dejando de ser esa memoria de la tribu que es tan latente en poetas como Gamoneda (entre muchos otros), sobre todo de origen ibérico.
    Sería muy importante volver a la historia y a la circunstancia de los momentos que vive cada país, cada ciudad y manifestar, desde la poesía, algunos atisbos de la manera de pensar de cada uno de los poetas. Parecería, y es lamentable, que ya los jóvenes no se interesan sino por revelar una interioridad muy personal y no, desde esa experiencia, lo que ocurre afuera, en el mundo, en la historia.
    Sería fundamental escuchar bien las palabras de Antonio Gamoneda en este sentido: “Por delante quisiera decir que, en términos de explicitación voluntaria, no hay en mi escritura un propósito de aleccionamiento moral o de intervención en el hecho social. Al menos, no lo hay de manera explícita. Pero claro, estoy vivo y pertenezco a una colectividad y, necesariamente, tengo que ser sensible ante la justicia y ante la injusticia, ante el sufrimiento mío y el ajeno, ante el placer mío y el ajeno…”.
    Sería realmente muy interesante ver que Antonio Gamoneda reencontrara su sentido sobre los poetas exiliados en nuestro país. Y que fuera, al menos unos minutos a recordarle a Pedro Garfias —y recordarnos— que la historia, la memoria y el canto son siempre un recuento y un reencuentro con nosotros mismos, porque todo es esencial:

    Cuando tamaño significa
    lo grande
    y lo pequeño.

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