El anhelo del caos

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Desde el proceso electoral se visualizaba la inminente renovación de actores y partidos políticos en la vida pública. Los resultados electorales en Jalisco mostraron el anhelo del elector: Andrés Manuel López Obrador,  Enrique Alfaro y Pedro Kumamoto fueron los actores más votados, los tres liderazgos que lograron atrapar en distintos niveles el anhelo de la transformación, la refundación y de reemplazar. Tres conceptos poderosos que reflejaban claras intenciones de diferenciarse de los gobiernos anteriores.

Cada liderazgo atrajo lo que pudo a sus fuerzas políticas y a pesar de la derrota electoral de los independientes, aún sigue vigente el capital electoral que lograron construir. Por otro lado, la agenda del gobierno nacional se ha impuesto incluso sobre las discusiones locales obligando a los actores de casa a ser reactivos más que proactivos.

El cambio en esta configuración política trae como resultado natural la inestabilidad política, que por mucho tiempo había sido la amenaza de las élites consolidadas. Es decir, mientras menos cambios haya en la clase política y en las instituciones existirá más certidumbre en la vida pública. Pero la estabilidad es una palabra que para las nuevas generaciones ya no tiene el valor que tenía en la vida de nuestros abuelos, ni en lo privado ni en lo público. Y en las primeras semanas del nuevo gobierno nacional se ha visto el efecto de lo que es tener un liderazgo carismático o transformador en el poder: marca la pauta a su partido político, instituciones, etc. Todo esto apoyado por una opinión pública que está recibiendo lo que deseaba: terminar con la estabilidad que, para muchos, era equivalente a la pereza, la ineficiencia e ineficacia de la clase política que por años llevaba las riendas de las instituciones.

En algunos estudios de la opinión pública se ha demostrado que los ciudadanos prefieren consumir ideas parecidas a las propias y minimizar los argumentos contrarios, es decir, buscan argumentos para fortalecer su idea más que opiniones contrarias que los hagan dudar o reflexionar. Pero hay un elemento imprescindible para defender el caos: la promesa o el mañana a donde llegaremos después de la actual crisis.

Mientras el líder institucional es cuidadoso con los medios y las formas, aunque no tenga resultados claros o relevantes, el líder transformador o carismático puede proponer el caos y justificarlo siempre manteniendo en las masas que lo apoyan la promesa o la esperanza de un futuro mejor. Hasta ahora, así se está comportando la relación líder-masa en torno a los últimos problemas o crisis que ha enfrentado el nuevo gobierno. Con la promesa del líder del fin de la corrupción (promesa de un futuro mejor), las masas han justificado las distintas acciones desde la disminución de presupuesto a universidades, a gobiernos locales, a los sueldos en el poder judicial, despidos en el SAT, al nuevo rol de los militares en la seguridad pública y, ahora, el desabasto de combustibles, entre otros.

Mientras la promesa del futuro (el fin) siga siendo más importante que las formas (los medios), se seguirá apoyando desde la opinión pública cualquier afectación a los derechos, autonomías o demás formas constitucionales y legales que, para los ciudadanos, son sólo figuras de la corrupción de los anteriores actores políticos.

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