Egresado solicita empleo

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El sueño de terminar una carrera y obtener un buen trabajo se diluye cada vez más para miles de jóvenes mexicanos. El mercado laboral en el país no les ofrece suficientes oportunidades para alcanzar lo que alguna vez anhelaron: éxito y fortuna.
Por el contrario, muchos de ellos se ven orillados a aceptar cualquier empleo o a emigrar a otro estado u otro país en busca de mejores oportunidades y nivel de vida, donde no necesariamente encuentran tales condiciones.
La precarización del empleo, la inestabilidad laboral, la disminución de los derechos de los trabajadores, así como las escasas y deficientes políticas públicas a favor de los jóvenes, es el contexto en que se mueven los egresados de las universidades y que sirven de caldo de cultivo para que los profesionales decidan irse.
No hay posibilidades de empleos con las garantías laborales. El trabajo es realmente el área más difícil para los jóvenes, no hay oportunidades para un empleo digno, ni políticas que tiendan a garantizarles mejores oportunidades a corto, mediano o largo plazo. Lo asegura la académica del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, María Antonia Chávez Gutiérrez.
La investigadora utiliza datos de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STPS) que señalan que la Tasa de Desempleo Abierto en el 2006 fue de 3.9 por ciento. En personas cuya edad oscila entre los 20 a los 24 años esta cifra fue de 7 por ciento. Cada año, un millón 250 mil jóvenes están listos para incorporarse al mercado laboral, aún sin los beneficios del Programa por la generación del primer empleo, que decretó el presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa el 15 de enero de 2007, que cuenta con una inversión inicial de 3 mil millones de pesos, y que apoyaría a jóvenes que recién ingresan al delgado mercado laboral.
La Confederación de Cámaras de la Industria informó que en junio de 2007 el mercado laboral de jóvenes de entre 15 y 24 años ascendió a 1.21 millones. “Aún así, no se ha dado abasto para incorporar a los 360 mil universitarios egresados en el año 2006, de los cuales el 80 por ciento no tiene trabajo. De esos que lograron colocarse en el mercado laboral, el 7.8 por ciento no tuvo contrato de primer empleo”.
La migración, dice Chávez Gutiérrez, es particularmente a Estados Unidos y Canadá, sin que ello garantice que trabajarán en la profesión que estudiaron, pues se van a empleos informales. Acá no hay mayores oportunidades de empleo y aunque casi tienen los mismos salarios que aquí “en dólares parece ser más atractivo, aún si las condiciones en las que se van generalmente son igual [de malas] que la mayoría de los migrantes”.

Héroes sin bandera
La investigadora Chávez Gutiérrez ha realizado estudios sobre la situación de los jóvenes en el contexto de la globalización. Explica que los profesionistas suelen tener estancias cortas en dichos países, pues conservan la esperanza de volver a su país cuando tengan mejores oportunidades laborales.
Sin embargo, lejos de considerar la migración de profesionistas como un asunto grave por las escasas oportunidades laborales que ofrece el mercado, la sociedad lo percibe como algo positivo.
Emigrar al extranjero es una manera de demostrar que son exitosos entre su círculo de amigos, pero en la realidad ellos siguen sin resolver al 100 por ciento sus necesidades de vida. La sociedad cree que son chavos que se van porque quieren disfrutar otros espacios y no que van a buscar lo que su país no les da.

¿Qué les espera al regresar al país?
Lo mismo. Tal vez regresen con un poco de dinero para iniciar algún negocio.
El académico del Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas de la UdeG, Enrique Curiel, afirma, por el contrario, que si bien la migración internacional de profesionales aumenta de manera considerable, es en el mercado interno donde estos buscan nuevas y mejores oportunidades de trabajo.
El investigador parte de la premisa de que en el norte y centro del país es donde las empresas ofertan mejores salarios, en comparación con Jalisco. Pero esto tampoco les asegura encontrar rápidamente una ocupación.
Mientras en Jalisco los jóvenes entre 23 y 35 años ganan en promedio nueve mil pesos, en estados como Nuevo León, Baja California Norte y Sur o el Distrito Federal, perciben cerca de diez mil 500 pesos.
“Cuando un profesional busca mejorar su salario va a entidades federativas de la zona norte y el centro, pero es consciente de que la probabilidad de encontrar un empleo en las zonas urbanizadas más altas es menor. A pesar de que saben que habrá un empleo más seguro en los estados de menor desarrollo, muchos no deciden migrar por los bajos salarios”.
Asegura que por ahora es más relevante la movilidad interna de profesionistas que la externa, sobre todo porque los países europeos no privilegian la contratación de egresados de países latinos como México.
“El nivel de desarrollo del país no es reconocido en los países altamente industriales. En una nación de la Unión Europea no tendrá la misma demanda un europeo que un mexicano, existe discriminación y una percepción de que el profesional norteamericano o asiático da mejores resultados que un latino. Esto hace que la migración en busca de una mejor oportunidad no sea tan elevada”.

Más salario, más desempleo
La tasa de desempleo que enfrentan los profesionistas en Jalisco es superior a la de quienes tienen los estudios mínimos o carreras técnicas. Es decir, una persona con estudios universitarios entra con menos facilidad al mercado laboral que una persona que no cuenta con dicha enseñanza.
Basado en datos de la Encuesta Nacional de Empleo y Ocupación, el investigador de la UdeG realizó un estudio que señala que la tasa de desempleo de todos los profesionistas en Jalisco es de 3.4 por ciento, mientras que para quienes tienen una carrera técnica es de 2.6.
Esta situación se agrava para aquellos de menor edad, pues del grupo de profesionales de 21 y 22 años, 17 por ciento está desempleado, cifra muy superior a la media nacional que es de 3.8 por ciento. Del grupo de entre 23 a 35 años, cinco de cada 100 no encuentran empleo.
Ello ocurre primero por la gran cantidad de puestos que no necesitan calificación y en segundo lugar porque entre más baja escolaridad tiene una persona está más dispuesta a aceptar un trabajo con baja remuneración, ya que su preocupación número uno es la sobrevivencia. Un profesionista no está dispuesto a aceptar cualquier tipo de trabajo sino que debe tener ciertas condiciones laborales o de empresa, por ello su tasa de desempleo es más alta, explica Cuevas.
“Un profesionista está sobrecalificado respecto a las necesidades del aparato reproductivo en Jalisco. Lo peor viene cuando las empresas que ofrecen empleos altamente calificados no los destinan a profesionistas mexicanos. Es bien conocido que en muchas empresas de la industria electrónica o automotriz su personal altamente calificado es extranjero: americanos, europeos, asiáticos son los que están en altos niveles gerenciales”.
En contraposición, quienes tienen carrera universitaria ganan más por menos horas trabajadas, en comparación con quienes no tienen dichos estudios.
Los profesionales tienen una jornada laboral promedio de 40 horas, de lunes a viernes. Con una remuneración entre 9 mil y 10 mil 500 pesos, de acuerdo con los años que tenga de experiencia. Pero la población sin estudios universitarios labora hasta 48 horas semanales y gana mucho menos, de acuerdo al tipo de empleo.
“Los trabajos menos calificados son los que ofrecen las empresas y son absorbidos por los técnicos, que no llegan a licenciatura. Es más difícil para los profesionistas. A costa de tener niveles salariales más altos, éstos retrasan su entrada al mercado laboral”, subraya el académico del Departamento de métodos cuantitativos.

Ni de aquí ni de allá

Trabajó de hosstes (encargada de recibir a los clientes) en un restaurant chino, preparando comida rápida estilo mexicano y hasta lavando trastes. Cobijada por familiares en uno de los suburbios de Chicago, Estados Unidos (EE. UU.), no pagaba renta e invertía poco en sus alimentos.
“Giselle” prefiere guardar su identidad, mientras cuenta que decidió viajar al norte para aprender inglés —indispensable en su recién terminada carrera de negocios internacionales— y de paso conseguir un empleo que mejorara su situación económica. Trabajar en una biblioteca municipal no le redituaba lo suficiente.
La meta era estar un año, pero la estancia se prolongó medio año más a pesar de que su visa de turista se había vencido unos meses atrás. Como todos los migrantes ilegales tuvo que hacer de todo.
Uno de sus parientes le consiguió empleo en el restaurante mexicano donde trabajaba. Era la encargada de recoger las ollas y trastes sucios, lavarlos y dejarlos listos para el siguiente turno. Le pagaban doce dólares la hora.
Luego estuvo en la cocina preparando burritos y tacos. A veces atendía las mesas. En su tiempo libre tomó clases de inglés gratuitas, junto con un grupo de hispanos que deseaban dominar el idioma.
A sus 23 años la frustración y desesperación llegaron pronto. “Me sentía como una inútil. Pensaba en que había estudiado tanto para terminar lavando trastes. Estaba aprendiendo inglés, pero no me gustaba lo que hacía”.
Después encontró otro empleo en un restaurante de comida oriental. Ahí comenzó como mesera y luego como recepcionista de los clientes. Sus expectativas económicas también subieron. Lo poco que le sobraba lo ahorró para su regreso. Hasta aprendió un poco de chino.
En un viaje a la frontera con Canadá, “Giselle” fue sorprendida por autoridades migratorias sin su visa de turista vigente y con una credencial de seguridad social falsa. La aprehendieron unas horas e iniciaron un juicio en su contra. Siguió trabajando de manera clandestina. Meses más tarde la justicia de esa nación dictaminó su deportación, le dio un plazo de dos meses para salir del país y un castigo de diez años sin poder ingresar a suelo estadounidense.
Antes de regresar a México se dio tiempo de conocer algunos otros lugares de EE. UU. Lo poco que le quedó del dinero ahorrado lo invirtió en un coche usado.
Una vez de regreso a Guadalajara encontró empleo en una empresa trasnacional de asistente administrativa. Después de varios meses, pero sin descanso, ha ido encontrando puestos acordes con sus estudios, y mejor remunerados.
A pesar de lo amarga que resultó su experiencia, “Giselle” dice no estar arrepentida: “Muchos de mis amigos han pasado por lo mismo, se han ido a Vancouver, (Canadá), a EE. UU. o a Inglaterra. Estar en el extranjero te abre muchas puertas. Si en tu currículo mencionas que estudiaste en otro país, tienes un buen tramo ganado”.

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