Educación versus información

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El obstáculo para el aprendizaje del conocimiento científico no es el error, sino la fijación de un conocimiento envejecido.

Gastón Bachelard

Se ha comprobado por investigaciones que la demasiada información en nada contribuye. Es fundamental entender que elaborar el conocimiento requiere no sólo una activa búsqueda de informaciones, sino también criterio para seleccionarlas, reposo, una mayor lentitud para pensar y hacer, dar tiempo a que la mente enlace con el pasado, que los acontecimientos, las experiencias y los aprendizajes dejen un cierto paso en nuestras redes cerebrales. De lo contrario se favorece el olvido y la confusión.

Estamos conscientes de que el profesor de nuestros días precisa del coraje suficiente para no ceder ante la homogeneización de las mentes que potencia la globalización y las nuevas tecnologías de la comunicación.

En definitiva, se observa que no se ve otra forma de concebir el aula que como un espacio de respetuosa y amable convivencia en el que cuanto representa el maestro adquiere una singular relevancia.

La educación es valiosa, pero su principal valor no está en el incremento de la productividad informativa sino en que nos ayude a desarrollar todas nuestras posibilidades y a vivir con más plenitud y autonomía (Chang, 2012). Esto es a mi entender lo que debería sostener la educación y conferir pleno sentido al quehacer de la preparatoria  como institución: la de formar ciudadanos autónomos y responsables, como bien lo señalan las competencias. O sea, con capacidad para decidir con criterio propio y tomando en consideración a los demás.

El conocimiento de determinada materia consiste, principalmente, en el conocimiento de su lenguaje particular, como lo señala Postman: “Hacerse con ese lenguaje y sus posibles significaciones, servirse de él para describir y valorar la experiencia, sería, por consiguiente, uno de los elementos clave de toda formación, dado que pensamos a partir de ideas entrelazadas, no de informaciones puntuales”.

Para algunos sectores de la pedagogía, la metodología antes esbozada guardaría sin embargo relación con un deseable cambio en las estrategias docentes que permitiría pasar de un modelo “centrado en la enseñanza o en el profesor” a otro “centrado en el aprendizaje o en el alumno”.

Se habla así con frecuencia, de la necesidad de transformar el modelo tradicional de enseñanza en otro de aprendizaje, potenciar la autonomía del estudiante y, en definitiva, ajustarse a las demandas pedagógicas innovadoras de educación. De ahí las habituales recomendaciones para que los profesores adquieran nuevas competencias relacionadas con un nuevo modelo y las nuevas generaciones de docentes se formen en el sentido de promover el “aprender a aprender” utilizando diferentes metodologías activas.

Enseñar es lo que una persona hace para ayudar a otra a aprender. Enseñar es reunirse dos o más personas cuando la intención de por lo menos una de ellas es que los demás, como resultado del encuentro, hagan más, sepan más, sean más (Claxton, 1995). Por eso disociar enseñanza de aprendizaje carece de sentido. Todo profesor que enseña lo hace con la intención de que otros aprendan. De lo contrario lo único que hace es un remunerado ejercicio de sus cuerdas vocales.

En suma, sin educación, no hace falta decirlo, no hay desarrollo humano posible. Devenimos lo que somos, en definitiva, porque otros seres humanos se han ocupado de mostrarnos el mundo, impregnarnos su lenguaje, enseñarnos cuanto ellos sabían y transmitirnos su manera de pensar y sentir. Con todo, nos podemos preguntar, ¿solo somos el fruto de la educación recibida?; ¿es únicamente esta la que influye en nuestros comportamientos, valores o creencias?

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