Eduardo Antonio Parra

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Eduardo Antonio Parra, autor de libros como Los límites de la noche, Tierra de nadie, Juárez. El rostro de piedra, o Desterrados, aún prefiere escribir a mano porque ve su universo literario “más de cerca y porque pienso más la frase”, y no se sienta a redactar sin contar con un final.

Aunque has escrito novela, tu obra es sobre todo cuentística; ¿te sientes más cómodo en este género o te resulta más fácil?
Es la misma dificultad escribir un cuento que una novela, en cuanto a la concepción y trazo, aunque después tiene más trabajo la novela. Pero la escritura de cada cuento es un reto, para buscar la perfección. Es como labrar una joya, todo debe ser muy preciso. Por eso me atrajo más el cuento que la novela. Y en cuanto a mi trayectoria ha sido por llevar la contraria. Desde que empezaba, mis amigos y colegas me decían que si no escribía una novela no me iban a publicar nunca un libro, y entonces yo me amaché y dije voy a seguir con el cuento y me van publicar. Luego me decían que si no escribía una novela no me iban a traducir y yo me aferré, y también se cumplió. Después, cuando me fui a vivir al DF (hace 15 años), los escritores más grandes me decían —lo que me chocaba— que cuándo iba a ser un escritor de pantalón largo, un escritor adulto, a escribir novela, y les contestaba “soy más adulto que tú cabrón, escribiendo cuentos”. El género me gusta, sigo pensando que es la joya de la narrativa, y lo seguiré cultivando hasta que me muera.

¿Por qué hay un desprecio por este género por parte de editores y escritores?
En parte por las creencias que ya dije, y porque el libro de cuentos se vende mucho menos, y esto es porque cuesta mucho más trabajo leer cuento que novela. En un ensayo, Enrique Serna explica que la mayoría de la gente dice que no tiene tiempo para leer, y cuando lo quieren hacer agarran una novela de ochocientas páginas, y dice que en una novela de ese tamaño, sobre todo si es best seller, a las veinte páginas ya se conoce el tono, los personajes, la atmósfera y la historia. Guardadas las proporciones, es como sentarse a ver una novela de Televisa: la ves la primera semana y ya sabes de qué va y un mes después siguen en lo mismo. En cambio un libro de cuentos, cada diez páginas tienes que hacer borrón y cuenta nueva. Todo es distinto. Aunque tengan el mismo sello del autor, siempre va a ser distinto y tienes que hacer un esfuerzo mental que la novela tradicional no exige.

¿Cómo se construye un buen cuento?
Lo principal es que no sobre nada. Para elogiar algo uno dice que no le falta nada, en el cuento es al revés. Debe tener bien medida la economía de recursos y lenguaje, manejar muy bien la tensión, y el final —sea sorpresivo o no— debe ser una revelación que le cambie la jugada al lector, que le ilumine la historia o una parte de la visión de su existencia. Como decía Edgar Allan Poe, es una historia que se lee de una sentada y no se olvida nunca.

¿El gran efecto del cuento puede parecerse al que causa el buen periodismo en el lector de manera inmediata?
Hasta cierto punto sí. El periodismo no penetra tanto en la naturaleza humana; rara vez se mete a fondo en esa exploración. En eso el cuento sí lleva ventaja, pero por lo demás están parejos, pues le dan más importancia a lo que pasó que a otras cosas. En el cuento, para muchos es más importante la anécdota que el personaje. Yo trato de luchar para que haya un equilibrio.

Normalmente se dice que los personajes de las novelas son más logrados que los del cuento.
Alguna vez me dijeron que el cuento narra la historia de un asesinato y la novela cuenta la historia del asesino. Cuando leía teoría sobre el cuento, sí se habla de que no hay que meterse tanto con los personajes, que había que escoger los trazos para dejarlo bien construido, y luego seguir con la historia. Yo no estoy de acuerdo, creo que sí se debe escarbar bastante en el personaje, hacerlo más denso para que el cuento funcione mejor.

Eres conocido por ser un escritor que habla de la frontera norte del país. ¿Siguen siendo estos tus intereses o a dónde se encaminan ahora?
Me siguen gustando los mismos temas, las mismas realidades. Soy un narrador realista principalmente, y me gustan las realidades fuertes. Empecé con lo de la frontera, ahora podría ser todo el país; digamos que todo el país se ha fronterizado. Pero el espacio natural para mí es el norte de México, siempre encontré ahí una cultura bastante distinta a la del centro y sur; unos seres humanos que pensaban un tanto diferente, y tiene que ver con su historia. No estoy cerrado a otra cosa, pero le doy preferencia a ello, sobre todo porque siempre he pensado que lo que un escritor vive en la infancia y la adolescencia le da para escribir toda la vida.

¿La realidad mexicana continúa siendo una posibilidad narrativa?
Sí. De hecho creo que ahora exige mucho más la narrativa realista que otro tipo de narrativa, que es la que hacen la mayoría de mis colegas; más libresca, derivativa, residual de la misma literatura. No me parece que esté mal, pero a mí me gusta contar lo que está ocurriendo y que puedes encontrar en cualquier calle, ciudad o pueblo, y no en cualquier biblioteca.

¿Puede ser esta narrativa más útil para que se lea literatura?
Creo que sí, porque la otra está más enfocada a gente más leída y culta. En cambio la narrativa realista puede ser igual de compleja y densa pero sabes que con poco esfuerzo cualquiera la puede entender.

¿No tiene riesgo de perder vigencia?
La realidad siempre va a estar ahí. Yo soy también bastante desconfiado ante las modas, sobre todo cuando quienes empiezan a escribir con cierta novedad no se dan cuenta de que lo que escribieron ya lo hicieron hace cien años. Cada quien puede escribir como quiera, pero el reflejo de la realidad es lo que ha hecho siempre el arte. Ahora muchos artistas conceptuales creen que por reflejarla ya están descubriendo el hilo negro, cuando siempre se hizo.

¿Cómo lograr la universalidad literaria con temas locales?
La idea es tratar de llegar a la esencia humana. Si escribes un relato ambientado en Perros Bravos, Nuevo León, o Tapalpa, pero muestras la condición humana, eso le da universalidad. Da lo mismo el decorado, el lenguaje, el espacio; en el centro va a estar el ser humano y eso es lo que importa, y éste es igual en todas partes, desgraciadamente.

¿Cómo catalogarías a tus personajes?
Me gustan los personajes que no están en el centro de la jugada. Que son más o menos marginales, olvidados por el status quo y por el ámbito en que se centran los lectores, que cargan una gran cantidad de fracasos como todos nosotros, lo que pasa es que nadie lo dice, con todos los defectos y virtudes que puede tener cualquier persona.

¿Quál es tu poética?
Siento que estoy haciendo en algún aspecto literatura de denuncia, nunca la hago directa, pero al mostrar la realidad evidencio que todo está jodido, que hay que hacer algo para componerlo o para conocerlo y no asustarse a la hora que nos toque.

Entonces, ¿tiene una utilidad esta literatura?
No, no sirve ni debería de servir para nada. Pero cualquier lector puede encontrar enseñanzas de vida en cualquier obra literaria. Si te propones que sirva para algo, caes en el didactismo y la echas a perder. La obra de arte debe ir encaminada a mostrar todo pero a enseñar nada.

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