Diana Solórzano

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Detrás del científico y maestro Federico Solórzano Barreto se escondía un alma cachonda y admiradora de la belleza femenina. No consideraba como malo grabar en la mente como eran los cuerpos de las mujeres. “De hecho, él se acordaba de aspectos tan raros como los tobillos de alguna cantante o los codos de alguna actriz. No digamos de las manos, las piernas, la forma de caminar, mover las cejas, etcétera”, revela en El muro de las indiscreciones, su hija Diana Solórzano, conductora del programa “Lugar común”, de Radio Universidad de Guadalajara, y quien dedica de manera directa a su padre cinco de las reflexiones que hace en su libro, que fue publicado por Ediciones de la Noche y será presentado en la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

En una reflexión titulada “La vida erótica de mi papá”, Solórzano describe al que fuera honoris causa por la Universidad de Guadalajara y fundador del Museo de Paleontología, como un “hombre pícaro, que gozaba como nadie un chiste rojo o alguna alusión a la sexualidad humana”. Una de sus aficiones era coleccionar de todo, “menos timbres y mujeres”. Guardaba cuarzos bellamente labrados, quinientas cajas de fósiles u objetos tallados por el hombre prehistórico, los exámenes que les hizo a sus alumnos en cincuenta y cinco años y carteles de mujeres ligeras de ropa de los años cincuenta, así como libros que trataban sobre la sexualidad en diferentes partes del mundo, los que fueron descubiertos por sus hijos al abrir una de sus cajas fuertes.

Federico Solórzano Barreto nació el 27 de septiembre de 1922, en Guadalajara, y murió en mayo de 2015. Fue considerado uno de los más destacados paleontólogos del país.

¿Cómo veía la sexualidad el doctor Federico?
Cuando hablaba de la sexualidad, la sensualidad o vida erótica lo hacía con mucha apertura y naturalidad, pero mi mamá era muy seria, entonces es curioso que mi papá haya guardado material sobre el tema en la caja fuerte. Para mí descubrir eso fue muy bonito porque implicaba una de sus facetas humanas.

Y ¿a las mujeres?
Sentía fascinación por ellas en todos los aspectos, le parecíamos más interesantes, profundas y divertidas, empezando por mi mamá, Ileana Margarita Pérez Escaroz, a la que adoraba. Él siempre expresaba que le encantaba estar en los grupos de mujeres en una reunión. Quizá por su punto de vista mi hermana y yo no crecimos con complejos.

¿Cómo fue la relación de él con tu mamá?
Maravillosa. Fue un hombre profundamente enamorado de su esposa. Él no era católico. Se definía como un agnóstico, porque no estaba seguro de la existencia de Dios, pero a la vez ateo, porque sospechaba que no existía, y en Guadalajara su manera de pensar no era muy bien vista. Incluso creo que aquí nunca tuvo novia porque a las muchachas no las dejaban casarse con él por su manera de pensar, a pesar de ser un hombre inteligente, bueno y honesto, pero en Chichén Itzá conoció a mi mamá y quedó prendado de ella.

¿Qué otros aspectos tratas en el libro sobre él?
Describo cómo se fue aislando en los últimos años de su vida. Mi padre nunca fue un hombre de muchos amigos, pero a raíz de la muerte de mi mamá se fue volviendo cada vez más solitario, hasta que llegó el punto en que se refugió en una vida interior que lo llenaba. Él nos decía: “Cuando cierro mis ojos y prendo mi mente, ya estoy en otros mundos”. A veces siento que le llegamos a estorbar o tal vez esa haya sido la forma de despedirse de nosotros.

¿Cómo surgió la idea de escribir El muro de las indiscreciones?
Porque desde el 2015 hasta abril de 2016 yo escribí una serie de reflexiones en Facebook sobre distintos temas, por ejemplo la vejez, el chisme mala onda, las dietas, adicciones, las cajas y sus misterios, fiestas, la poesía en Facebook, el erotismo en la infancia, las relaciones padres e hijos, entre otros, la mayoría desde una perspectiva personal. Muchos de ellos escritos de manera breve y con humor, otros tratados con nostalgia…

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