Desigualdad urbana en Guadalajara

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    Más viviendas. Más carros. Más proyectos. La aglomeración urbana tapatía se extiende físicamente sin orden ni control, generando y aumentando desigualdad y marginalidad cada vez más evidentes entre sus habitantes.
    La capital tapatía ha logrado cifras de crecimiento urbano inusitadas en los últimos 10 años. La ciudad ha alcanzado las 45 mil hectáreas de superficie con un crecimiento anual del 2.10 por ciento. Cada año habitan en ella 69 mil 527 nuevas personas.
    A su vez, el parque vehicular se ha duplicado y de 600 mil automotores se ha pasado a poco más de un millón 300 mil en estos 10 años. Los autos ya superan a los bebés en 54 mil 345 unidades.
    La noción de espacio ‘connurbado’, por ello, no es el que solía manejarse (Guadalajara, Zapopan, Tlaquepaque y Tonalá), sino que la zona metropolitana se extiende ahora a nuevos municipios.
     
    Alientan la fragmentación física de la ciudad
    La agudización de las diferencias supera la división geográfica e histórica de la ciudad: el río San Juan de Dios. Sin embargo, los tapatíos al oriente de esta capital todavía son marginados de una parte importante del progreso citadino. Así lo observa el doctor Luis Felipe Cabrales Barajas, profesor investigador del Departamento de Geografía y Ordenación Territorial, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH): “el capital privado estimula un desarrollo urbano selectivo tanto en la promoción de vivienda, como en las propuestas de creación de equipamientos comerciales y culturales que siguen la moda internacional de contratar para su diseño a arquitectos vanguardistas, con el fin de crear sitios emblemáticos que sin duda enriquecerán el repertorio de paisajes y espacios urbanos, pero no llegarán a todos por igual”.
    Cabrales Barajas llama a este proceso “insularización” y asegura que con la construcción de de megaproyectos como el Centro de cultura, convenciones y negocios JVC, el Museo Guggenheim, el Santuario de los Mártires o el Centro Cultural Universitario, aumentan los rezagos de infraestructura en la urbe. En consecuencia, las pocas obras públicas de magnitud buscan privilegiar a estos “embriones de modernización”, para garantizar su funcionamiento, con lo cual se alienta la fragmentación física de la metrópoli.
    En el documento “Tendencias recientes de las urbanizaciones cerradas y polarización residencial en Guadalajara”, el doctor Cabrales afirma: “Resulta evidente la inversión pública en favor de la zona poniente –la de mayor valoración social–, mientras que por ejemplo, el Anillo Periférico, que circunda la ciudad, no ha sido concluido a pesar de haber iniciado en 1960: la parte faltante corresponde al octante suroriental en los municipios de Tlaquepaque y Tonalá, los más pobres de la parte central de la aglomeración urbana”.
    Un ejemplo que muestra con claridad dichas diferencias es la zona de Puerta de Hierro. Este fraccionamiento es el principal hito en la construcción de suntuosos rascacielos. El detonante fue la edificación de la Torre Cube, obra encargada a la arquitecta catalana Carme Pinós, quien inicia el proyecto en 2002. El edificio, destinado a oficinas pronto se vio rodeado por elevadas torres para uso residencial.
    “El urbanismo practicado incrementa las distancias sociales y refuerza modelos que favorecen el repliegue de los espacios públicos y entronizan soluciones privadas al intentar resolver asuntos públicos, explica el doctor, en la ciudad se han impuesto preceptos que atentan contra lo mejor de la tradición urbana e imponen procesos de mercantilización de bienes –como la seguridad o el acceso a espacios comunitarios–, que en un sistema democrático se consideran irrenunciables.
    Por tanto, aún aceptando que la sociedad es diferenciada y que los intereses colectivos son cada vez más inestables, el ‘neourbanismo’ requiere aplicar principios basados en la equidad.
     
    Varias ciudades
    La investigadora del Departamento de Estudios Socioculturales, del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), la doctora Rossana Reguillo, abunda en el tema: “en el transcurso de los últimos 10 años, y sobre todo en los últimos cinco, se han acelerado enormes desigualdades en lo tocante al desarrollo urbano. Existe un desequilibrio en el norte y el sur de Guadalajara, no solo entre el poniente y el oriente”.
    Para la estudiosa de la cultura citadina el desequilibrio en el gasto de obra pública y equipamiento urbano trasciende la tradicional e histórica frontera entre la Guadalajara del oriente y del poniente, para expresarse ahora en varias direcciones.
    La inestabilidad de la metrópoli no solo se manifiesta en accesos, contaminación, equipamiento para la movilidad y disfrute del espacio público, sino que también genera en lo subjetivo una vivencia fragmentada de la urbe, “de tal manera que si hoy uno se traslada de un lugar a otro, tendría la impresión de que se encuentra en ciudades diferentes”.
    Desde hace tiempo Guadalajara rebasó y desbordó los mapas que tenía más o menos organizados, “como oriente y poniente o la línea divisoria de la calzada Independencia: la ciudad rica y buena de la calzada para arriba, y la ciudad mala y pobre, de la calzada hacia abajo. Ese mapa no se sostiene hoy en día y lo que estamos viviendo es un exacerbamiento atroz y muy peligroso de las desigualdades”.
    De acuerdo con Rossana Reguillo, los tapatíos enfrentan ahora una ausencia de lógica en el desarrollo: “carecemos de planes a largo plazo pues nos plegamos a políticas trianuales y sexenales. Los acuerdos son realizados entre entidades públicas y privadas, pero se pierden de vista las políticas de Estado en relación con Guadalajara”.
    Así lo demuestra la expansión de la urbe hacia el sur. En Tlajomulco, por ejemplo, los fraccionamientos son resultado de una serie de “pactos corruptos, de tipo económico”. De esta manera, “sin el menor apego a lo que debería ser un desarrollo armónico y equitativo, (las urbanizaciones) avanzan de manera despiadada sobre los pocos recursos naturales que le quedan a la ciudad”.
    Las inversiones selectivas favorecen a ciertos actores y excluyen de un buen desarrollo urbano a la gran mayoría de los habitantes.
    El integrante del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, Pedro Pírez, en la conferencia magistral “Para (re)pensar la gestión metropolitana”, que impartió en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de la ciudad de México, considera que en la actualidad el despliegue de toda urbe es visto como un negocio de ganancias particulares. “Como actividad política, la gestión urbana es el resultado de las relaciones que en cada ciudad establecen los actores fundamentales: los económicos, orientados por la ganancia; los políticos, que determinan sus acciones por acumulación de poder, y los sociales, orientados a las satisfacciones y necesidades de la ciudadanía”, plantea.
    La fragmentación de las ciudades latinoamericanas pone en duda la gestión eficaz y eficiente de los servicios, impide el desarrollo de las economías y dificulta el logro de condiciones de equidad en la prestación de servicios y en la oferta de bienes urbanos públicos y de vivienda social.
    Todo ello prueba la ausencia de un ámbito democrático para la toma de decisiones que afectan los comportamientos sociales y económicos, “lo que favorece a las instituciones gubernamentales sin legitimidad plena o bien, con intereses privados de mercado, y genera también un déficit democrático no solo de representación sino también de participación, transparencia y control”.

    La distinción clásica
    La división geográfica de las clases sociales dentro de la morfología urbana existe todavía en Guadalajara aunque ha experimentado ramificaciones, asegura el director de la División de Estudios Políticos y Sociales, del CUCSH, el maestro Marco Antonio Cortés Guardado.
    Dicha ruptura se expresa culturalmente “en la Guadalajara bien, en los sectores ponientes Juárez e Hidalgo, y la no tan bien, en los sectores Libertad y Reforma. Es una división clasista la que ha partido a Guadalajara en estos dos segmentos”.
    De acuerdo con el investigador, en ello ha intervenido también la migración proveniente de otras urbes, en especial las norteñas. En el oriente, además, proliferan los giros negros, a causa de las condiciones inmobiliarias en Guadalajara, ya que las propiedades son más baratas. “Todo esto terminó por darle ese perfil de que la gente bien está en el poniente y allá es otra cosa, es otra categoría social, concluye.
     
    Oriente y poniente
    El reportero de Radio Metrópoli, José Luis Jiménez Castro, “no se ha bajado de la unidad móvil” en los últimos 15 años. Aunque jarocho de nacimiento, es uno de los citadinos que conoce a más profundidad Guadalajara y ha experimentado día a día sus cambios.
    “Todas las obras se están construyendo al poniente, y al oriente casi no hay nada. Ha crecido más el número de autos en el poniente que hacia el oriente. Incluso los problemas de contaminación se experimentan más hacia el oriente que en el otro lado, quizás porque los autos son más viejitos. En la glorieta de El Charro, por ejemplo, urge un paso a desnivel y nadie hace nada”.
    Las actitudes de los tapatíos también reflejan las diferencias, asegura el reportero. “Hay mucha gente que no pasa de la calzada. Muchos hacen su vida al oriente: allá van los niños a la escuela, allá van a misa, al trabajo, y hay otros del poniente que no saben del oriente: allá van a los colegios… –porque en el oriente son ‘escuelas’ y en el poniente, ‘colegios’–. No conocen el otro lado de la ciudad y cada vez es más frecuente”, asegura, y añade: “Hay desigualdad en la infraestructura urbana, en seguridad, agentes viales… Siempre atienden más al poniente que al oriente. Se nota en las necesidades que expresan los habitantes a los medios de comunicación”.

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