Del amor y otras desgracias

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    ¡Ah… el amor! En “Nocturno a Rosario”, el poeta mexicano Manuel Acuña (1849-1873), considerado un autor romántico, expresó: “¡Pues bien! Yo necesito decirte que te quiero / decirte que te adoro / con todo el corazón”…
    Raimundo Lazo, en su libro El romanticismo: la romántica en la lírica hispanoamericana del siglo XVI a 1970 (Porrúa, 1992), afirma que en esta corriente “las sensaciones se enriquecen multiplicándose, ahondándose, agudizándose; las instituciones brotan como de una fuente de renovada potencia; la captación de matices sube de valor como importancia de sus funciones estéticas. Y todo esto, excitando la imaginación creadora de las realidades de la fantasía”.
    Laura Ibarra, investigadora del Departamento de Estudios Europeos, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades y autora del libro Sociología del romanticismo iberoamericano, editado por la UdeG, cita en su obra a Juana de Ontañón: “la postura romántica se caracteriza ante todo por pretender asumir una libertad absoluta: libertad en las creencias, en las expresiones literarias, en los comportamientos sociales, actitud, que desde luego, se enfrenta a las convenciones sociales y a todas las instituciones establecidas. Romanticismo significa rebeldía contra las reglas, libertad como inspiración para todo”.
    En entrevista, Ibarra explica que en su investigación pretende definir al romanticismo como una actitud ante la vida. “En el periodo en el que surgen los románticos hubo una ruptura entre el antiguo mundo rural y el nuevo mundo urbano que surgía”.

    Románticamente México
    Fue en España donde surge este movimiento. Toma como fecha de inicio el estreno de la obra Don ílvaro o la fuerza del sino, del Duque de Rivas (1826) y concluye, de acuerdo con varios autores, con la publicación de novelas de Benito Pérez Galdós y el surgimiento de la generación del ‘98.
    En México aparece hacia el siglo XIX y persiste hasta después de 1910. El movimiento acogió en especial a la literatura, aunque también propició la creación de escuelas como la Academia de San Juan de Letrán, en la capital, y el Liceo de Hidalgo, en Guadalajara, instituciones que realizaron actividades hasta 1850.
    Los elementos que utiliza el romanticismo son contrarios a lo establecido. Favorece temas como los anhelos de libertad e individualidad, evidentes en una rebeldía contra las estructuras establecidas.
    El amor es punta de lanza en esta corriente. Predomina un tono emotivo, que suele caer en lo cursi y exagerado, aunque en el caso de México hubo ocasiones que favoreció el patriotismo y la soberanía nacional.
    Pinta paisajes naturales y el medio rural. Los personajes por lo regular son marginales, piratas, rebeldes, prostitutas, y en ocasiones seres fantásticos.
    Entre los principales exponentes del romanticismo mexicano, destacan: Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Galván, Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio, Salvador Díaz Mirón, Guillermo Prieto y Manuel Acuña, por enumerar un puñado.

    Una explicación que no explica nada
    De acuerdo con Laura Ibarra, los románticos no entran al mundo rural, pero tampoco se enganchan en el mundo urbano burgués, lo que trajo una serie de consecuencias. “En el mundo rural la vida está llena de sentido, no así en el urbano convencional, que trata de buscarle un sentido a la vida”.
    Ibarra añade que el romanticismo se “inscribe en un proceso de secularización en que el mundo deja de ser explicado por los dioses o divinidades, pero tampoco lo explican las cuestiones científicas”.
    El sujeto sustituye lo divino, para establecerse él mismo ahí y llenar la existencia a partir de su propio yo. La creación individual llega a ser el punto más álgido de apreciación de la vida.
    Otro elemento es la sobrevaloración del amor. “El romántico deposita toda su confianza en que el amor llenará este hueco del sentido de la vida, pero este nunca podrá satisfacer tan grande expectativa”. De ahí la frustración, el desengaño amoroso y otros tópicos afines, que ejemplifica bien el caso de Acuña, apasionado de Rosario de la Peña, causa de su frustración amorosa y motivo por el que el poeta ingirió cianuro de potasio para dejar este mundo.
    Al igual que en otras etapas de la vida, el romanticismo “es una especie de irrupción momentánea, una actitud que probablemente pertenezca a nuestra biografía y a nuestra historia”.
    El romanticismo sigue presente: el niño de secundaria deshoja una margarita, el esposo regala flores a su pareja, el adolescente lleva serenata a su novia.
    En contrapartida tenemos engaños, infidelidades, la no correspondencia amorosa, que al fin y al cabo, como dijo la investigadora, “nadie se muere de amor”.

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