Debates un ring sin ganadores

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Uno de los pocos atractivos de campañas políticas contemporáneas son los “debates”. Su realización es anunciada con anticipación y con la franca intención de generar una expectativa similar a la que ofrece una final de futbol, el desenlace de una telenovela o una pelea estelar de box. Al igual que un encuentro de pugilistas, con antelación los comentaristas de radio, prensa o televisión, hablan de las estrategias de cada uno de ellos; de sus cualidades más sólidas y de sus puntos débiles. Por su parte, la ciudadanía aprovecha las virtudes del ciberespacio para ensalzar a su favorito y denostar a su más fuerte oponente. Previo al gran día (con una neutralidad que da pavor) se anuncia quién será el referí, cuáles serán las reglas del juego, cuánto durará cada round, qué esquina le toca a cada competidor y las cualidades del escenario. El día del encuentro todos los periódicos anuncian la contienda a ocho columnas, el tema acapara la atención de los noticiarios de radio y televisión. Al igual que una pelea estelar en Las Vegas hay expertos que hacen análisis previos al encuentro y también al final. Más de algún grupo de amigos se citan en un bar; durante la “disputa” todos los oyentes y comentaristas asumen el papel de réferis y managers. Pero, a pesar de toda la espectacularidad que se despliega alrededor de la reyerta, nadie se adelanta a levantar oficialmente la mano al ganador; cada pugilista se declara vencedor a sí mismo, mientras los espectadores se alistan para la gran revancha en otro coliseo.

Estoy convencido de que el ejercicio de presentación de posiciones entre los contendientes, a pesar del ambiente circense que le rodea, sí contribuye a una participación más comprometida de la ciudadanía en la vida pública, pero llamarle “debate” es demasiado. Una somera reflexión sobre la noción comúnmente admitida de debate nos permite entenderlo como una confrontación de ideas; con la exposición de preguntas y respuestas, pero, principalmente, con la exposición de argumentos y contraargumentos en torno a una cuestión. Un auténtico debate, cuando la racionalidad y la búsqueda de certezas es lo que orienta el encuentro, implica el reconocimiento a las razones expuestas por los contendientes y, este gesto de honor, nunca lo veremos en los “debates” entre candidatos.

Por otra parte, los espectaculares encuentros de los candidatos involucran una actitud erística entre los contendientes, esto es, posiciones inamovibles a pesar de las buenas razones que puedan ofrecer los oponentes. Cada uno de ellos se reconoce como la mejor alternativa y, a pesar de que llegara a demostrarse lo contrario, su actitud triunfalista no desparece.

A pesar de los anterior, los mal llamados debates entre candidatos tienen la virtud de permitir que la ciudadanía participe del conocimiento de los futuros representantes a través de la explotación de algunos componentes de retóricos tales como el ethos, el pathos y el logos. Con el ethos, nos referimos a la personalidad que el contendiente pretende dejar fija entre los votantes, en este sentido algunos se preocuparán por mostrarse indignados, honestos, firmes, institucionales etc. El pathos lo referimos a las emociones que se pretende despertar en el auditorio, por ello es notable el esfuerzo por generar la expectativa de confianza, seguridad, tranquilidad, libertad, respeto o esperanzas halagüeñas. Finalmente, el logos lo referimos a las razones con las cuales pretenden inducir a la ciudadanía en la creencia de que la mejor opción para el futuro se encuentra en votar por ellos. Cuando estas estrategias resultan eficaces, supondríamos que tendrían la capacidad de orientar la conducta de los electores; al menos de los indecisos.

Tal vez convendría que el elector no perdiera de vista la finalidad de las intenciones persuasivas de los candidatos que, no por buscar el voto, se encuentran exentas de ofrecer elementos sentimentales, personales y racionales, los cuales pueden condicionar el futuro de la sociedad. Un análisis neutral de los factores que envuelven los discursos de los candidatos podría permitir que los electores decidieran de manera más integral y crítica, con la capacidad de fundamentar las razones en que sustentan su decisión como ciudadanos.   

Pero, a fin de cuentas, este ejercicio en el que los candidatos se encuentran cara a cara, resulta ser una de las prácticas más racionales que podemos encontrar durante las campañas, si lo comparamos con el regalo de paraguas, bolsas de mandado o cachuchas estampadas; los saltimbanquis con banderas y altavoces en los cruceros, así como las tonadas pegajosas o las imágenes de rostros en espectaculares o posters que, no por ser mal parecidos, también buscan que su nombre y su fotografía sean recordados el día de la verdad.

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