De teatro e identidad

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    La moderna provincia canadiense de Quebec hoy manifiesta su fuerza e independencia, gracias a la cultura que ahí se produce. No siempre fue así. Hasta la primera mitad del siglo XX, Quebec no repetía más que el ritual de la liturgia católica. A esa época llamada “La gran negrura”, sobrevino un movimiento que consiguió hacer a un lado al catolicismo. Durante los años sesenta junto a la revolución sexual y la nacional, Quebec vivió su “Revolución tranquila”, movimiento anticatólico que fortaleció a la sociedad, pero que también reveló grandes vacíos. Uno de los más grandes era el identitario. Michel Marc Bouchard y Normand Chaurette son dramaturgos que junto a otros escritores de Quebec convierten el escenario en una de las principales palestras para la discusión y conformación de su identidad, no en un acto nacionalista, sino a partir del libre ejercicio de la escritura. Con motivo de la Semana Internacional de la Dramaturgia, ambos visitaron en días pasados la ciudad de Monterrey para compartir su teatro y su pensamiento.
    Michel Marc Bouchard acepta que el desprendimiento cultural de Quebec significó un gran impulso creativo. “Había que construirnos, saber quiénes éramos. En Quebec, además, hablamos otra lengua. Un francés del siglo XVI que había que modernizar, más allá de los anglicismos que naturalmente se incorporaron. Nuestro teatro nos colocaba más cerca del teatro de la oralidad que del teatro literario. Había que escribir. Intenté ubicar mi dramaturgia en Quebec, incluso mis grandes obras como Los Endebles o El Viaje de la Coronación interrogan el sentido épico que tenemos y su lírica, a la cual nunca tuvimos acceso ni derecho. Todo eso había sido importado”. En la universidad a Bouchard le encomiendan hacer una adaptación teatral de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Pasó un año escribiendo Los Castaños. Más allá del encantamiento que le produjo el realismo mágico, Bouchard encontró una gran empatía con aquel universo. “García Márquez me dio el atrevimiento al demostrar que como en un pequeño pueblo de Colombia, en mi lugar de origen, Lac Saint-Jean, también era posible fundar una nación. A través del teatro también se creó nuestra lengua. En el escenario creamos el idioma quebequense. Antes de cumplir 25 años mis obras ya estaban de repertorio en el Ministerio de Educación. Hoy están traducidas y se montan regularmente en culturas como la japonesa y las escandinavas. Crecí mirando las revoluciones; sin embargo en la que sí participé activamente fue en la revolución homosexual. En Los Endebles y Tom en la Granja, hay una visión de la homosexualidad desde el amor y el dolor. Sigo creyendo en el amor, pero es menos romántico porque está la dimensión de la mentira, que ya estaba en mi primera obra. Los homosexuales aprendemos a mentir antes de aprender a amar, ese es un planteamiento que se manifiesta en mi teatro. Es una fatalidad, pero no puedes ser directo. Al declarar tu amor corres riesgos, entre los que el rechazo es el menor”.
    Normand Chaurette vive la escena a través de un teatro que contrasta claramente con el universo creativo de Bouchard. Chaurette aprendió a tocar el piano antes de hablar y sin embargo descubrió su vocación como dramaturgo al ganar un concurso de Radio Canadá con una obra que escribió a los 13 años. Desde entonces la literatura y la música siguen siendo sus grandes deseos: “El propósito de mi actividad como escritor es descubrir el porqué de mi obsesión musical. Con mi obra Petit Kí¶chel encontré el principio de una respuesta, el punto común en el arte es la construcción y la arquitectura. La música es arquitectura y el teatro es construcción. Si bien la música es mi primera referencia cuando comienzo a escribir, en todas mis obras busco la conciliación entre ella, mi mundo personal y el de la palabra. Mi teatro puede ser muy racional si apelamos a sus estrategias creativas, sin embargo es también autobiográfico”. Quebec trajo los paisajes creativos de dos dramaturgos que reconstruyen las míticas tragedias que definen el siglo XXI.

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