De plagios y otras suciedades

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El guión de Amores perros tiene muchas similitudes con la novela Cuartos para gente sola. Tal parece que el afamado Guillermo Arriaga se basó en la obra de Juan Manuel Martínez Servín, pero el autor no se exalta al hablar del tema. De manera ecuánime contesta las preguntas que al respecto le hacen.
“Un pobre diablo como yo qué le va a hacer a un sujeto respaldado por Televisa. Sin embargo, la vida le hace a uno justicia poética. En 2004, Editorial Planeta hizo un coctel de Navidad para sus autores. Guillermo Arriaga estaba ahí. Mi editor, Andrés Ramírez, le dijo: “Mira, él escribió Cuartos para gente sola”. Arriaga, debo de reconocer, tuvo la honestidad de expresar: “Sí, leí la novela poco antes de escribir mi guión”. Para mí eso fue suficiente, porque no me lo dijo en privado, sino en un coctel, ante mi editor.
“Cada quien tiene lo que tiene según las circunstancias donde se mueve. Yo decidí escribir libros, él decidió hacer cine al lado de unos de los grandes hijos de Televisa. Cuartos para gente sola todavía es leído y comentado. Yo no sé si a alguien le interesará Amores perros dentro de diez años”.
En Francia, hay investigadores como Cathy Fourez, de la Universidad de Charles de Gaulle-Lille que lo reconocen como el verdadero autor de la obra que sirvió de base al guión cinematográfico y su mente sigue tejiendo interesantes historias. Su más reciente trabajo DF Confidencial: crónicas de delincuentes, vagos y demás gente sin futuro, fue presentada en el marco del seminario “Literatura y Violencia”, que organizó el Departamento de la Cultura Regional, del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH).
DF Confidencial, editado por Almadía, es una especie de diario que Cathy Fourez calificó como íntimo y polifacético. La obra, para esta académica, retrata vidas ordinarias, pero picarescas, precarias, viscerales, brutales, con un realismo trágico. “Hay toda una reflexión sobre la anatomía física y espiritual del Distrito Federal. El libro tiene una arquitectura híbrida, ya que oscila entre la investigación, la crónica, el relato de vida, el relato autobiográfico y la reflexión sociológica sobre la vida en la capital”.
Dos historias de esa obra llaman poderosamente la atención: “Epidemia en la sociedad de las distopías”, que retrata al D.F en tiempos de influenza, y “Asignaturas pendientes en una secundaria de futuros ni nis” (aquellos jóvenes que ni estudian ni trabajan).

Chilangos en tiempos de influenza
Para retratar al DF en tiempos de influenza (AH1N1), J. M. Servín partió del sentido común. Observó que sus vecinos, casi todos ancianos, estaban encerrados haciendo fiestas y no morían, tampoco los borrachos que pululaban por las calles del centro, ni los indigentes.
Uno de los días más críticos por la alerta sanitaria, J. M. Servín salió a comer unos tacos de barbacoa, llevaba a su perro. “El taquero me dijo: ‘Métase al puesto porque no nos vayan a ver y nos vaya a agarrar la poli. Ya ve que está prohibido vender comida’. Entonces comí como si estuviera cometiendo un delito, mientras el taquero estaba alerta para echarme aguas. Pensé: ‘Nosotros fomentamos todo esto’”.
”En cierta ocasión fui al Hospital General, que está a tres calles de mi casa. Me di cuenta de que estaba infestado de comerciantes ambulantes que vendían garnachas. Muchas personas comían. Pensé: ‘Fallece más gente en esta ciudad por accidentes de tráfico, diabetes y corajes que por la dichosa influenza’. Entonces a partir de ahí hice un texto donde traté de algún modo de confrontar todo este discurso oficial de paranoia y miedo que oculta mil cosas, porque éste es el país de la conspiración donde la gente no sabe lo que pasa. Si le preguntaba a un vecino decía: ‘Para mí están ocultando la invasión norteamericana’ o ‘Para mi esconden que el América está cambiando de director técnico y no quieren que la gente se dé cuenta’”.

Secundaria para futuros ninis
La historia sobre secundaria para futuros ni nis surgió por un encargo de un rotativo. El editor quería que J. M. Servín escribiera sobre una escuela donde hubiera índices importantes de delincuencia. El autor aceptó el reto y fue a donde había estudiado.
“Mi sobrino, en aquel entonces, era alumno de dicho plantel. Escribir sobre el tema tuvo para mí un costo emocional, fue verme a mí mismo años atrás y darme cuenta de lo que había sido una escuela que cuando yo estudié era considerada como una especie de franquicia del Tutelar para Menores”.
”Encontré maestros a la deriva que no tienen ningún apoyo, supe que mi sobrino era un ni ni, y que eso iba más allá de su voluntad. La biblioteca donde me castigaban cuando echaba desmadre tenía computadoras, pero no había donde enchufarlas y los libros del Programa de Fomento a la Lectura, del gobierno federal estaban guardados en cajas desde hacía muchos años…era como entrar a una casa después de un reventón. Cuando una profesora me dijo: ‘Esta secundaria es de las mejorcitas de la zona, vaya más adentro y verá que sí hay problemas’. Yo pensé: ‘¡En la madre, cómo estarán! ¡En esos planteles habrá granaderos en lugar de maestros!’”.
Al escribir J. M. Servín hizo un viaje en el tiempo. Recordó a sus padres, sus años de estudiante en esa secundaria. El escritor sólo llegó a ese nivel de estudios, pero desde muy niño se acostumbró a leer. “Gracias a la literatura no terminé preso, porque las únicas opciones con las que crecí fueron dos: trabajar en una fábrica o la cárcel. La literatura me hizo más consciente de mi origen de clase, de donde vengo, de dónde salí, y le debo todo lo que tengo ahora, pese a mis fallas”.

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