Culpa y remordimiento en la Cristiada

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“El Capulín”, un general de la Cristiada en la zona Sur de Jalisco, después de ahorcar a un viejo y a sus tres hijos que, sospechaba, pertenecían a los agraristas, le dice a Mario, un joven que se inició en el movimiento: “En esta guerra, Dios perdona las equivocaciones”.

Esta es una de las escenas que se narra de El sermón de los muertos, libro publicado este año por la colección Suma de Letras de Penguin Random House, del escritor y profesor del SEMS Miguel Ángel de León Ruiz. El libro cuenta la historia de un cristero, pero no de uno de los generales o de los terratenientes alzados, sino la de un simple niño campesino que se unió con miedo a la causa, con la promesa del párroco de su comunidad de que con ello habría de expiar sus pecados y los de su pueblo.

“La idea era ver qué pensaba esta gente que había entrado a la guerrilla, luchando por la religión, una religión que les prohibía robar, que les prohibía matar, y a la hora que estaban adentro tenían que hacerlo. Hay una confusión en lo que tenían y podían hacer por la causa y yo quise explorar ese miedo que provocaba el pecado”, comenta el autor.

Esta publicación, según asegura De León Ruiz, surgió a partir de las “pláticas con los abuelos sobre cosas que pasaron durante la Cristiada en pueblos como Amacueca o Atemajac de Brizuela, pero parte también de lo que pasó durante esos tiempos en Santa Teresita, un barrio muy aguerrido que tenía un cura hermano de Santo Toribio Romo, cuyos sermones yo tuve que escuchar”.

A partir de la curiosidad sobre esas historias y después de ver las actitudes del clero tapatío “que tratan de convertir, cuando lo necesitan, los delitos en pecados y los pecados en delitos”, comenzó la búsqueda y la investigación para corroborar o profundizar en muchos de los hechos que surgían en las pláticas con los viejos de los pueblos.

“La verdad histórica es que la Iglesia cerró los templos para echarle encima al gobierno a todo el pueblo descontento. Detrás de todo esto que vivió el pueblo había una mentira y las consecuencias fueron más fuertes en la zona Centro-occidente, donde la Revolución no tocó los latifundios; esta lucha llega más, al principio, en una búsqueda por el justo reparto de las tierras, comenzada por los que llamaron agraristas, por lo que los hacendados ricos se aliaron con los curas de los pueblos para luchar”.

La culpa, el remordimiento y la mentira por las que cruzan los personajes buscando la salvación son los grandes ejes de esta novela. Los personajes son construidos, en realidad, por “varios perfiles de personas que vas conociendo”, de ex cristeros o sus descendientes que aún cuentan las historias en Jalisco y que en la novela le dieron voz a un sólo protagonista.

“Yo no podía hacer un texto de denuncia de algo que no me tocó vivir. Lo que hice fue tratar de darle una visión literaria y estética a esta lucha, una visión desde la gente que estuvo en la trinchera y que vivió, injustamente, una guerra sin verdaderos triunfos que, sin dudas, pudo ser evitada”.

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