Corre mesero corre

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    En la línea de meta unas camisetas tricolores y una cubeta llena de despensa esperaban a los ganadores. El maestro de ceremonias daba la bienvenida a los curiosos que, recargados en la valla, se cubrían con la mano el intenso sol de las cinco de la tarde. Más allá, los comensales de El Parián acomodaban los equipales, para no perderse el singular espectáculo.
    En la tradicional carrera de meseros en el municipio de Tlaquepaque, sostener la charola es una prueba no sólo de equilibrio, sino de resistencia. Quizás por eso los competidores “calientan” como si fueran a disputar una carrera olímpica: mueven los brazos, agitan la cabeza, estiran las piernas.
    La carrera convoca cada año a decenas de camareros de todo el municipio, como parte de las celebraciones de las fiestas de San Pedro, en el mes de junio.
    Una botella y tres vasos con espumeante cerveza clara posan en medio de las charolas sobre una servilleta blanca, que será la prueba para elegir al ganador. No el que llegue primero, sino el que traiga la bandeja más limpia. Así se estableció desde hace 45 años.
    Comienzan los más novatos. Una botella cae de súbito justo antes de la línea de meta. Segundos más tarde, el mesero de la birriería Chololo —vestido de un rojo intenso— se lleva los laureles. El puntero, durante los más de 500 metros de prueba, al final se queda en tercero. Atrás, sus compañeros terminan la competencia con las camisas mojadas, quizás de sudor, quizás de la cerveza que no lograron dejar en su sitio.
    Flanqueado por espigadas edecanes de la empresa patrocinadora, el presidente municipal, Miguel Castro, espera bajo la sombra y testifica el mérito de los tres ganadores.
    La más interesante quizás es la de los veteranos, los de más de 50 años. Con el clásico uniforme blanco y negro, lentos pero seguros, los competidores recorrien el camino trazado, eso sí con una vuelta menos “en consideración a su edad”, dice el maestro de ceremonias no más joven que ellos.
    La carrera es reñida y los participantes apenas aguantan el paso. Juan Maldonado, el más longevo y favorito en la carrera, alcanza apenas la meta. Las piernas tambaleantes y un gandalla menor que él impidieron su tercera victoria consecutiva. Jadeante y apenas en pie, Juan escucha a sus compañeros de restaurante que le aconsejan que se queje con el presidente municipal porque “le robaron la carrera”. Digno, acepta su victoria. Aunque quisiera, el alcalde ya no estaba ahí para escucharlo. Esta vez no pudo ganar. Ya será “para el próximo año, si Dios nos presta vida”.
    Sedientos, ganadores y perdedores se acercan al pabellón de la cerveza patrocinadora como a un oasis. No hay cerveza. La poca que tienen la sirvieron en las charolas y está caliente. A las seis de la tarde y después de correr como lo hicieron, no dudan en tomarla como agua. No importa que el alcohol se suba rápido. El patrón les dio permiso para irse a festejar.

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