Confesiones de un poeta

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Todo esto da asco. No palabras. Un gesto. No escribiré más.

Así Cesare Pavese concluye el 18 de agosto de 1950 su diario. Así, al mismo tiempo, el escritor italiano nacido en 1908 en Santo Stefano Belbo, anuncia la conclusión de su tribulada existencia, pues el 27 de agosto del mismo año, en un cuarto del hotel Roma, en Turín, se suicidó ingiriendo 17 dosis de somnífero.
El día 17 del mismo mes, había escrito: “Los suicidios son homicidios tímidos. Masoquismo en vez de sadismo. (…) No tengo nada que desear en este mundo, salvo lo que quince años de fracasos excluyen ahora. Éste es el balance del año no acabado, que no acabaré”. Quince años que a través de reflexiones, íntimas confesiones y aforismos, se inmortalizaron en su diario, que fue publicado póstumamente en 1952 con el nombre El oficio de vivir.
Quince años de sufrimiento e intensa creación poética, que inician con una desilusión amorosa y los pensamientos desde el exilio político del 1935 en Brancaleone, en el sur de Italia, y terminan en Turín con la tragedia a la que lo indujo definitivamente su malestar existencial y otra relación sentimental fallida.
El hilo conductor de toda la narración, inevitablemente fragmentada, reelaborada, y heterogénea, es justamente la insatisfacción del autor, su misoginia, su anhelo creativo, su misantropía y sobre todo, la omnipresente y mortífera sombra del suicidio.
“Nunca le falta a nadie una buena razón para matarse”, anota ya en 1938. El sentimiento de autodestrucción, de soledad, de autoconmiseración por su impotencia para construirse una vida con una mujer, se funde, se entremezcla y choca continuamente con especulaciones teóricas y artísticas. Tanto que página tras página el oficio de vivir se confunde y sobrepone con el oficio de poetizar.
“Los grandes poetas son tan raros como los grandes amantes. No bastan las veleidades, las furias y los sueños; se necesita lo mejor; los cojones duros”. El autor se debate entre reminiscencias de romanticismo y la aspiración al simbolismo, que se materializa en la conceptualización del mito representado líricamente a través de la imagen.
Sus experiencias de vida se confunden con su estilo narrativo: “Acordarse sobre todo de que hacer poesías es como hacer el amor: nunca se sabrá si el propio gozo es compartido”. Sus insatisfacciones amorosas se traducen en una cortante crítica al género femenino: “Las putas trabajan a sueldo. ¿Pero qué mujer se entrega sin haber calculado?”, y en sutiles sátiras sobre su esencia íntima: “Los filósofos que creen en el absoluto lógico de la verdad no han tenido nunca que discurrir nada decisivo con una mujer”.
Pero lo que aflora en El oficio de vivir es una lucha interior en contra de la soledad y del sufrimiento, que se expresan a veces con un profundo cinismo, con un escueto utilitarismo o un ácido sadomasoquismo. “No hay absolutamente nadie que haga un sacrificio sin esperar una compensación. Todo es cuestión de mercado”, escribe Pavese, y también: “Antes de ser astuto con los demás, hay que ser astuto con uno mismo. Hay un arte de hacer que las cosas sucedan de modo que, en conciencia, sea virtuoso el pecado que cometamos. Aprender de cualquier mujer”.
Estas reflexiones lo conducen a amargas conclusiones, como “sufrir no sirve para nada (…) la recompensa por haber sufrido tanto es que después nos morimos como perros”.
El oficio de vivir constituye, en suma, la cruda autobiografía de uno de los más grandes escritores italianos del siglo XX, presentada en forma de diálogo, que poco a poco se convierte en “coloquio interior”. Al respecto el editor crítico Marziano Guglielminetti, dijo que el diario “se presenta como confesión existencial, ora sutilmente complacida, ora crudamente despiadada, hasta el punto en que el escritor parece intentar una suerte de psicoanálisis literario de sí mismo”.
La fusión entre los dos aspectos claves del libro, la frustración personal del autor y su pasión por la creación literaria, se expresan claramente en un pensamiento del 26 de abril de 1950, último año de su vida, en que manifiesta su dolor por el amor no correspondido de la actriz norteamericana Constance Dowling, de la que dice: “Es verdad que en ella no está sólo ella, sino también toda mi vida pasada, inadvertida preparación –América, la contención ascética, la intolerancia de las pequeñeces, mi oficio. Ella es la poesía, en el más literal de los sentidos. ¿Es posible que no se haya dado cuenta?”.
La primera publicación del diario en 1952 fue impulsada por un círculo de intelectuales amigos e ilustres discípulos de Pavese, como Italo Calvino, Natalia Ginzburg y Massimo Mila. Sin embargo solamente hasta 1990 apareció la versión definitiva en italiano, que enmienda numerosos errores y rescata más de treinta pasajes omitidos por hacer referencia a personas vivas o por considerarse su contenido “demasiado íntimo y sensible”. La primera versión en español fue publicada en 1992 por Seix Barral, editorial que ahora acaba de reeditar el libro, en su Biblioteca Formentor.

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