Con el miedo en la cabeza

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Ahora estoy hipomaníaco; es la tercera vez que estoy en este estado. Tengo miedo porque no sé qué va a ocurrir cuando se me pase esto”.
A los 34 años de edad, Patricio fue diagnosticado con trastorno bipolar, aunque él prefiere describirse como maníaco depresivo. Por nueve años ha lidiado con esta enfermedad que lo transporta de estados de intensa depresión a la euforia total. “Cuando estoy deprimido soy violento, me pongo muy irritable. Es terrible; hay como una falta de interés por la vida; estuve sumido en una tremenda depresión durante dos años y medio”.
Por el contrario, la hipomanía, dice, “es la luna de miel en la que todos los maníaco depresivos queremos estar”. En este estado el pensamiento es rápido, se vive con entusiasmo, y aumenta el deseo sexual. El lado negativo de la hipomanía, es que es fácil caer en vicios. En su caso, el alcohol y el cigarro.
El investigador del Centro Universitario de Ciencias de la Salud, Blas Jasso, refiere que la bipolaridad es un trastorno mayor caracterizado por cambios drásticos en el estado de ánimo al grado que se puede llegar al suicidio. La ciencia distingue dos clasificaciones; el más grave es el del tipo uno: se encuentran cuadros de depresión y de manía. Niveles en los que se pierde contacto con la realidad, alucinaciones y se requiere hospitalización. El tipo dos se caracteriza por episodios de hipomanía y depresión.
Patricio fue diagnosticado —en forma errónea—, como depresivo. Hasta que tuvo un evento que disparó su irritabilidad, entonces le dijeron que padecía de este trastorno.
El doctor Blas Jasso, quien también es Secretario Científico y Académico de la Federación Nacional de Psicólogos de México, indica que la enfermedad se puede confundir con depresión, “muchísima gente tiene bipolaridad, pero lo ignora porque ha vivido con él desde la infancia y cree que es una condición normal en su persona, por eso no acude a ser atendido”.
Entre los síntomas enumeró: falta de interés, tristeza, vacío, irritabilidad, pérdida o aumento de peso de forma significativa, cambios en los patrones del sueño, lentitud en movimientos y expresiones pausadas, dificultad para concentrarse, fatiga y cansancio extremo. En este trastorno hay factores genéticos muy determinados y se hereda la vulnerabilidad. Por ello es más probable contraer este padecimiento cuando los padres lo han tenido; como ocurre con hijos de diabéticos o de hipertensos.
Este último es el caso de Patricio, su problema es genético; su padre se lo heredó. Él explica que la raíz del problema son sus neurotransmisores que están desorganizados. Ocurre que presenta un desequilibrio en los neurotransmisores que delinean el estado de ánimo de los seres humanos, entre ellos, la serotonina, la noradrenalina y la dopamina.
La enfermedad no es curable porque se desconoce su origen primario. Pero sí se controla, y la persona puede ser funcional si se somete a tratamiento y trabajo interdisciplinario con psicólogos y psiquiatras, entre otros profesionales de la salud.
El tratamiento es caro. El costo mensual para quienes se tratan en los Hospitales Civiles es de entre mil 500 y dos mil pesos.
Patricio refiere que gasta en lo privado; entre consultas y medicamentos hasta 7 mil por mes. “A mis hijas les hablo con la verdad y saben que estoy enfermo del cerebro, que padezco una enfermedad que me hace cometer muchas locuras y que ellas han sido desatendidas muchas veces por estar en la depresión o en el alcohol. Dicen que entienden, pero yo sé que me tienen miedo y yo también lo tengo”.

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