Comer por primera vez

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Para las personas que asistieron a la cena a ciegas fue inútil llevar en la muñeca ese objeto para medir el tiempo. Pero esa imagen mental, de donde va cada una de las horas y cómo está dividido el círculo conforme estén las delgadas manecillas, fue indispensable para no acabar como bebés comiendo papilla.
Quinientas asistentes sentados en mesas de 10 personas afrontaron el reto de comer sin ver. Pagaron por cada boleto 500 pesos, y con ese recurso se reunieron fondos para la escuela de niños y niñas ciegas Hellen Keller con 22 años de historia en Guadalajara.
Emi Camarena, la directora de esta institución, explica que la cena fue más que sólo la búsqueda de recabar dinero: “La idea nos maravilló porque este evento es una gran posibilidad de trabajar la sensibilización, es un evento donde todos ganamos porque el ‘Hellen Keller’ tiene unos recursos más, pero socialmente tenemos un pasito dado hacia la inclusión”
La cena era una pasarela de vestidos, joyas y grandes bolsos de marca. Luis Óscar, una persona con discapacidad visual egresado de la escuela Hellen Keller, subió con su bastón al escenario; junto con Elvia, maestra del área de tiflotecnología y que desde hace 15 años ve poco. Juntos guiaron a los comensales a la oscuridad.
Con respiraciones pausadas, iguales a los ejercicios de Pilates, los asistentes se olvidaron de ver. En cada mesa había una auxiliar, en donde me senté estaba Martha, que entregaba a cada persona un antifaz con la advertencia: “¡No se vale hacer trampa!”
Estaba dudosa. Quería hacer entrevistas ¿debía quitarme el antifaz para reportear? Decidí quedarme a ciegas. Caminé chueco, con miedo, los tacones fueron un peligro y la grabadora fue un arma blanca con la que golpee a dos personas, lo bueno fue que nunca me vieron.
Una sopa fue el primer reto. La servilleta en las piernas y era momento de recordar la lección del reloj. Camino a tientas, mis piernas tiemblan y escucho la voz del maestro Arnulfo, quien vive con ceguera y orienta a los niños con esta discapacidad. “¿Qué es la técnica del reloj?”, pregunto y amablemente responde: “Es una técnica universal que es útil para ubicar todo el entorno de la mesa para así estar integrados a la hora de la comida”. Después advierte: “Vive la experiencia, relájate”. Le dije: “Pero me preocupa caerme”. Él sentenció: “Pues te levantas”.
Cada alimento colocado a una hora. Pidieron que la sopa la comiéramos primero de las 12 a las 6, crema de zanahoria. Después de 6 a 12, de calabaza. Con la cuchara sentía algo distinto. Martha avisó que nos habíamos topado con un pedazo crujiente, un totopo.
El oído recibía el sonido del choque de los cubiertos y las voces de “se me va a derramar la sopa”. Martha: “No se preocupen si se ensucian, limpiamos”.
Sin ver no se me fue el hambre. De pronto, el olfato avisaba que era otro el aroma. Los dedos servían para saber que era un plato de otra dimensión. Dos técnicas para comer “rastreo o barrido”. La primera, es detener el tenedor e ir moviéndolo como si fueran las manecillas del reloj. La segunda, es tomar con el tenedor de arriba abajo los alimentos, deteniendo la comida con el cuchillo, de esta forma hay más seguridad de que comas ordenadamente.
Para ese momento la oscuridad comenzaba a molestar, por eso Elvia y Luis Óscar informaban que la cena a ciegas estaba por terminar, por seguridad a los ojos, que sin luz también se dañan. Después de una hora, nos quitamos el antifaz.
Los ojos nuevamente veían, pero ya no se vería igual. Roberto Quiroz, de la empresa Hewlett Packard, al comer a ciegas compartió que fue “desesperante porque quisiera ver el brócoli, me pongo a pensar que lo mío es momentáneo y hay personas que jamás han visto”.
En otra mesa Patricia Gutiérrez, engalanada con vestido rojo y joyas de moda, se sentía distinta, dejó de estar complaciendo a otros, “nunca había estado conmigo misma, cuando veo estoy entretenida viendo a los demás y en el momento en que tuve los ojos tapados dejé de preocuparme por eso”.
Ellos y otras 500 personas con cada bocado reunieron fondos para ayudar a niños y niñas ciegas en situación de pobreza que estudian en la escuela Hellen Keller, donde también auxilian a personas que recién viven con esta discapacidad.
El banquete a ciegas fue una noche de sensibilización. El reloj sólo sirvió para orientarse en el plato; aunque para los que no ven tampoco es imposible saber la hora porque hay relojes parlantes o con braille, porque al final el mundo es más que un par de ojos.

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