Comala es un nido de tristezas

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Comalas de Jaliscolimán es un libro que reúne textos sobre la obra de Juan Rulfo de escritores de Jalisco y Colima, o al menos avecindados en ellos por años. La idea surgió para festejar el centenario del autor de El Llano en llamas y Pedro Páramo. La primera parte corresponde a Jalisco y la selección de los textos estuvo a cargo de Salvador Encarnación; la parte segunda es la de los autores colimenses y fue seleccionada por Rubén Carrillo Ruiz. La coordinación estuvo a cargo de Fernando González Castolo y Enrique Ceballos Ramos.

Por parte de Jalisco participan, en este libro, textos de Vicente Leñero, Felipe Garrido, Emmanuel Carballo, Ernesto Flores, Silvia Quezada, Federico Munguía Cárdenas y Víctor Manuel Pazarín, entre otros. Por Colima, algunos son: Gustavo Lupercio, Juan Macedo López, Efrén Rodríguez, Alfredo Montaño Hurtado y Julio César Zamora Velasco.

Jaliscolimán es un área territorial que comprende el Sur de Jalisco hasta la ciudad de Colima, principalmente. El término lo acuñó Juan José Arreola por el parecido en costumbres y el manejo de los giros idiomáticos en esa región.     

Este esfuerzo editorial lo realizaron el ayuntamiento de Zapotlán el Grande, Jalisco, y la editorial Tierra de Letras de Colima, y lo que sigue es parte de la introducción al libro.

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Comala, no la de Pedro Páramo, sino la de Juan Preciado, esa es la nuestra. Ahí donde cada tumba es un nido de tristezas; un dolor apuñado que se niega a morir. Ahí donde el cielo y las canciones son el recuerdo de otros. Donde las voces son el rumor de un llanto reseco por tan llorado.

“Vine a Comala…”1 Y esas palabras vuelven al lector en habitante del cementerio. Sí, esa frase coloquial, sin atisbos funerarios, poco a poco otorga a los cuerpos ahí enterrados el recuerdo. Despiertan y recuerdan, dos palabras que en el sur de Jalisco aún son sinónimas. “Ya recordó” se dice cuando alguien sale del sueño. Expresado en ese español antiguo que se remonta hasta los versos de Jorge Manrique: “Recuerde el alma dormida,/ avive el seso e despierte…”2

En el panteón de Comala, los muertos cuentan su historia en su doble recordar. Vuelven a ser ellos por la desdicha. ¿Y sus almas? Vagan por el mundo buscando quién rece por ellas. Dos penares en una sola persona. Situación que lleva a la expresión de los hombres viejos del sur de Jalisco: “Pobre del pobre que al cielo no va. Se lo chingan aquí y se lo chingan allá”. Sí, el cementerio de Comala es el lugar de los chingados por la furia de Pedro Páramo.

Las pocas alegrías que ahí se cuentan son como hierbas de olor que le dieron sabor a la vida. Alegrías contadas, como pizcas de luz, por almas en pena: “El bueno de Abundio. ¿Así que todavía me recuerda?”3, pregunta Eduviges Dyada con vanidosa connotación. Y la respuesta seca, que no deja lugar a dudas: “Me encargó que la buscara”.4

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Comala y La Media Luna son lugares míticos; son también sitios que existen en la geografía. Ambos lugares en Pedro Páramo tienen una connotación que las vuelve, entre otras, paradisiacas o insoportables. Todas ellas escritas con palabras del sur de Jalisco y Colima; palabras afinadas por la maestría de Rulfo. Sí, es un placer la lectura en voz alta de esta novela que se construye en cada lector. “Pasaste rozando con tu cuerpo las ramas del paraíso que está en la vereda y te llevaste con tu aire sus últimas hojas”. Dice para sus adentros el viejo Pedro Páramo, recordando a Susana San Juan. Se puede decir también que se fue con ella la felicidad. Y se puede hacer otra interpretación cuando las yerberas afirman que estas hojas, puestas en la cara, sirven para bajar la calentura.

Todo lo referente a Rulfo es bienvenido porque todo lleva al esclarecimiento de su obra. Dos libros: El Llano en llamas y Pedro Páramo  han resistido las mil y una lecturas. Dos obras unidas en un sólo sentir: el habla de Jaliscolimán.

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