Caricaturas periodismo de un solo trazo

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Detrás de un cartón político no siempre hay risas. Una caricatura no a todos les causa gracia. No siempre un monero libra la censura.
Tres oficinas destruidas, igual número de cambios de despacho, teléfonos intervenidos, “simulacros” de golpizas, son consecuencia del impacto de un cartón político y de lo que ha sido víctima uno de los caricaturistas de Jalisco.
Manuel Falcón, caricaturista político, habló de los reveces de sus humorísticas, creativas y no menos punzantes publicaciones políticas, al señalar que la censura es inversamente proporcional al alcance y penetración del medio que publica una crítica.
Expuso que hoy los efectos simulados de la reprobación a una crítica publicada han llegado a ser el retiro de la publicidad, en complicidad con grupos de poder fáctico, como los empresarios, lo que le pega frontalmente al medio. “Eso me costó el puesto de monero en Mural. El cardenal en esta ocasión sí agredió directo, moviendo empresarios y todo. Y si ellos te dicen: ‘tú contra la lana de los anuncios, pues no’. ¿Yo esa lana de dónde la consigo, verdad? Entonces tuve que salir, porque había que autocensurarme y dije: mejor me salgo, porque si no, a partir de ahí hubiera tenido que empezar a recortar”.
En su práctica profesional considera que son los temas religiosos los que más censura generan, seguidos por instituciones como el ejército y las fuerzas policiacas, sin pasar por alto la clase política y el narcotráfico.
Si bien un cartón político no persigue aplausos, tampoco los genera para el protagonista de la caricatura, porque no se trata de un retrato y por lo tanto, se centra en la crítica, pero aclaró que nunca relativa a la vida personal de los personajes públicos: “yo no incluyo nada –y no porque me falte información–, nada que tenga que ver con la vida privada de los funcionarios, pero de su vida pública sí, porque es lo que patrocinamos los ciudadanos”.
Aseguró categórico que la censura ha alcanzado más de alguna vez a todo aquel que se dedica a la crítica editorial. “Todos hemos tenido censura, pero esto se matiza dependiendo quién es el dueño del medio o a qué grupo periodístico pertenece, y con añoranza opinó: “no hay periódico como Siglo 21”.
Consideró que la firma del monero en su cartón es el respaldo y el aval de su contenido que, de generar alguna crítica, incomodidad o censura, debe ser aclarado partiendo de la premisa de que “la función de la caricatura es mantener el sentido del humor sobrio y mantener a la población informada”.
Dijo que todo aquel que desempeña una función pública, genera una percepción social y una opinión generalizada, lo que el caricaturista simplemente plasma en su cartón. Como ejemplo citó al cardenal de Guadalajara, quien alguna vez le dijo: “No puede usted dibujarme, porque está insultando a todos los católicos”, a lo que éste le contestó: “pero hay católicos que no siempre están de acuerdo con usted”.
Ante este ejemplo, afirmó que una caricatura puede servir al funcionario como una “antena”, para saber cómo lo están viendo los demás.
Tras asegurar que del conjunto de sus experiencias profesionales adversas, tiene el propósito de escribir un libro, Falcón consideró que luego de la alternancia política en el país se pudo vivir un contrapeso, por lo que ya no resulta tan fácil reprimir o amagar para acallar a los medios. Aseveró que la censura opera donde hay complicidad, pero cuando ésta se rompe, cerrando filas con un verdadero equipo que respalda el trabajo del caricaturista, les cuesta más trabajo imponerla.
Hoy su política de trabajo es: “nada a priori, todo a posteriori”, con lo que busca que en los medios donde labora le respeten sus cartones, por lo que los directivos del periódico sólo le podrán cuestionar el contenido de un cartón después de publicarlo y no antes.
Caso contrario es el de Jis, quien dice autocensurarse en aras de la estética y la calidad de sus cartones, sólo que la diferencia estriba que éstos no llevan tintes políticos.
Consideró como privilegiado el estilo de sus publicaciones, puesto que son de corte intimista, con base en crónicas cotidianas y/o autobiográficas y del ser humano en abstracto, por lo que nadie en particular se siente aludido.
Percibe a algunos de sus contenidos espesos y a otros de sus monos obscenos, lo que ha llegado a molestar a los lectores. En ocasiones simplemente no llegan a entender “dónde está es chiste”.
No obstante, medios como La Jornada, le permitieron vivir una “envidiable” libertad de expresión, al igual que en Milenio. Refirió que gracias al terreno sembrado por generaciones anteriores, se puede hoy gozar de libertad de prensa. Consideró que a la generación actual le toca ejercerla “y ahí es donde trato de estirar al máximo la liga y las posibilidades”.

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