CXXVI aniversario del natalicio del ilustre universitario Doctor Honoris Causa y rector maestro Enrique Díaz de León

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“Curiosa e interesante por demás es la historia de la Universidad Real de Guadalajara. En el proyecto de su fundación no es ajena una migaja de rebeldía a los sistemas educativos en ese tiempo imperantes. Su gestación es algo verdaderamente desesperante: más de noventa años de ocursos, de solicitudes, de informes, de dictámenes de consejos, de toda esa inútil tramoya administrativa, a la que tan dados eran algunos monarcas españoles. Su realización fue con mucho tardía, no solo por lo que se refiere al tiempo mismo, sino a sus naturales consecuencias. En vísperas de los primeros asomos libertarios, nacida esa universidad casi al claror de la aurora independentista, era natural que fuese vista después con desagrado por los primeros gobiernos republicanos y más si se toma en consideración que el cuerpo director de tal centro era, en tiempo de los virreyes, un grupo de selección que tenía que repugnar y repugnó con las nuevas ideas.  Toda nuestra inquieta historia política está relacionada con la Universidad de Guadalajara. Su clausura o su reapertura era señal de que estaba en el poder uno u otro de los dos bandos contendientes. Dos tendencias se disputaban la pauta educativa: la universidad reteniendo en su claustro de caracol el rumor de las disputas escolásticas y el instituto del estado, cuya fundación antagónica se debió a los hombres del gobierno liberal, organización más abierta al mundo y al clamor imperativo de la hora.”

Maestro Enrique Díaz de León
Fragmento del discurso pronunciado en el acto inaugural de la Universidad de Guadalajara, el 12 de octubre de 1925

Esa es la vigorosa herencia de nuestro prócer en el día de nuestra histórica fundación en el siglo XX. Definición, contundencia, ponderación, reflexión profunda y humanismo contienen sus palabras.

En esta hora en que el cambio de largo aliento que impulsa nuestra comunidad universitaria desde la última década del siglo XX y que para su consolidación requiere cuidar desviaciones propias del tiempo y de las debilidades humanas, acudir a los significados que han sido prez y honra de nuestra Alma Máter, orienta, ayuda a la rectificación y fortalece el camino del porvenir.

La comunidad universitaria y la familia de nuestro ilustre maestro, cada 26 de septiembre, con la fortaleza de nuestras convicciones humanistas, liberales y laicas que él nos enseñó, nos convocamos a recordar, a revivificar la herencia portentosa y eterna del pensamiento y de la obra del universitario, educador, ideólogo y político, maestro Enrique Díaz de León, aquí desde su universidad, la de ayer, la de hoy y la de siempre, a conmemorar y celebrar el centésimo vigésimo sexto aniversario de su natalicio.

Es también la oportunidad para tener presentes los principios filosófico–ideológicos de los que él fue artífice relevante, cuya contribución en toda nuestra historia ha sido esencial para desarrollar, transmitir y vivir las virtudes cardinales que orientan la vida y obras de nuestra benemérita y bicentenaria Universidad de Guadalajara.

Doctor Honoris Causa de nuestra institución desde 1988, sus restos descansan en el olimpo de la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres.

Nació en Ojuelos, Jalisco, un 26 de septiembre de 1890. Talentoso estudiante que inició sus estudios de primaria en dos instituciones: la Escuela de Artes y Oficios del Espíritu Santo y la escuela anexa a la Normal.

Prosiguió su formación escolar en el Seminario Conciliar de San José, plantel en el que pronto cobró fama de inquieto, asignándole sus condiscípulos el mote de “El liberal”, institución que dejó a causa de sus ideas liberales; después ingresó, en el año de 1909, al Liceo de Varones, institución de profundo arraigo liberal, en donde se forjaron sus convicciones políticas y sociales. Ahí respiró los vientos antidictatoriales, conoció de los grandes problemas nacionales y se sumó a la lucha política para contribuir a consolidar el proceso revolucionario. Así concluyó sus estudios preparatorianos.

Apasionado por la lectura, la cultura y la política, se integró en el año de 1913 al importante Centro Bohemio, en el que participaban destacados hombres de letras, pintores, muralistas, dibujantes, fotógrafos y músicos que pugnaban por crear y fortalecer una corriente plena de mexicanidad, de nacionalismo, congruente con los principios del movimiento armado de 1910. Ahí inició una sincera y perdurable amistad con hombres de excepción como José Clemente Orozco, Gerardo Murillo, Ixca Farías, David Alfaro Siqueiros y José Guadalupe Zuno Hernández, líder indiscutible, quien lo invitó a integrarse al grupo; todos ellos adelantados de su tiempo.

A Díaz de León se le recuerda como un gran orador. De él dijo en memorable ocasión el maestro Zuno: “Todos conservamos aún en la retina la figura gallarda de Díaz de León cuando dirigía la palabra a la turba estudiantil, a las masas populares, en los recintos legislativos, en las cátedras o cuando en selectos cenáculos de intelectuales y artistas recitaba con perfectas y sentidas oraciones, obras poéticas de grandes autores. Su voz adquiría sonoridades y la modulación adecuada, por lo que los auditorios escuchaban gozosos su palabra emitida con elegancia”.

En un aniversario de la Independencia, festejado en el Teatro Degollado el 15 de septiembre de 1915, Díaz de León en un encendido discurso, que nos revela su pensamiento político y las condiciones del tiempo, manifestó: “Cuenta Michelet, en su dramática y maravillosa historia de la Revolución francesa, que ojalá todos los que alientan espíritu conservador conocieran que cuando Herbert, el fatídico hombre del Pere Duchesne, subió a la carreta trágica que le había de conducir a la guillotina, dijo: ‘Van a matarme, pero perecerá la República’, y al oírlo Rousin, otro de los que iban a la muerte, le contestó: ‘No, la República es inmortal’”.

Hay, señoras y señores, en el espíritu de esta frase, que era síntesis del pensamiento que todos los hombres de la Revolución llevaban a la tumba y que parece salir de un coro esquiliano, un símbolo de gran fe, fuerte e intensa; no dice únicamente la República es inmortal, sino que la bella frase envuelve todo lo que los convencionistas del 93 entendían por República, y así la llameante expresión desenvuelta es: la justicia y la igualdad, la fraternidad y la libertad vivirán siempre, a pesar de los despotismos; los principios escritos con sangre en la declaración de los derechos del hombre no podrán morir, aunque se retuerza de desesperación la corte de los tiranos; la obra de la Revolución será eterna, aunque pretenda obstruirla la rabia maldita de los poderosos, de los eunucos que se forman en las filas serviles de los opulentos, de los que han hecho sustento de las lágrimas y de los sudores de los parias, de los que han bebido en el festín de la sangre de los miserables. ¡No, la Revolución no morirá, la Revolución es eterna! ¡la República es inmortal!

En 1921 se encargó de la Biblioteca Pública del Estado. Más tarde la Confederación de Partidos Liberales de Jalisco, encabezada por el diputado federal José Guadalupe Zuno Hernández, impulsó a Basilio Vadillo y al ser sustituido por Manuel Martínez Valadez, Díaz de León resultó electo diputado local. El 23 de marzo de 1923 José Guadalupe Zuno tomó posesión de la gobernatura de Jalisco. Enrique Díaz de León es nombrado director de nuestra centenaria Escuela Preparatoria de Jalisco, en 1924, y es ahí donde inicia su trascendente labor educativa.

Lo fue también de la Escuela Politécnica, donde impulsó planes de estudio con sentido orientador, práctico y popular, enfocados al mejoramiento de la clase trabajadora, propiciando así el acercamiento de los futuros profesionales con las clases laborantes, a través de la actividad práctica.

El gobernador Zuno convocó en los meses de julio y agosto de 1925 a una serie de reuniones, en las que participaron destacados intelectuales y profesionales, entre los que estuvieron Irene Robledo García, Catalina Vizcaíno, Juan Salvador Agraz, el doctor Campos Kundhart, Adrián Puga, Severo Díaz, Agustín Basave y el propio Díaz de Leon, con el objetivo de integrar un proyecto para la fundación de la universidad, que fuera el baluarte intelectual y un sólido apoyo al programa emergente de la Revolución mexicana.

Díaz de León aportó para este plan valiosas ideas, esfuerzos y acciones que calaron profundo y que llevaron finalmente a la fundación de la Universidad de Guadalajara, el 12 de octubre de 1925.

El maestro Zuno expresaba años después: “Me tocó a mí dar los dos últimos toques a la obra: elaborar el lema Piensa y trabaja y la designación del primer rector: sería Enrique Díaz de León, porque era la viva encarnación de cuanto queríamos realizar”.

El maestro Díaz de León concibió a una universidad que no repitiera los vicios del profesionalismo individualista e incompetente, sino por lo contrario, una institución que ayudara a encontrar la vocación del educando, que ampliara sus perspectivas de estudio, recobrara para estos niveles educativos el trabajo manual y productivo, alentara el espíritu del raciocinio, la investigación científica y la creación artística.

Una universidad que recibiera en su seno a los trabajadores y a sus hijos como primer paso para asumir la investidura popular y que al unísono iniciara un proceso por llevar la universidad al pueblo, al salir sus maestros y alumnos a llevar el conocimiento a la comunidad; una Alma Máter que se denominara popular, porque sus estudios, laboratorios y talleres buscarían conocer y transformar lo propio en beneficio de lo nuestro, aspectos que en su conjunto terminará por crear un lazo indisoluble entre los universitarios, los futuros profesionales y la sociedad.

En suma: una universidad viva y comprometida. Viva, para que vaya más allá de la simple repetición mecánica del conocimiento y sea capaz de crearlo y difundirlo; comprometida, porque sus actividades y preocupaciones traspasan los límites del profesionalismo, el academicismo y el culteranismo, para hacer suya la problemática social y contribuir a su resolución con orientación ideológica y participación abierta, en el establecimiento de un modo de producción que beneficie a los más.

Concibió un proyecto de educación superior en el que deberían unificarse los programas de estudio de las profesiones liberales de las diferentes instituciones, sin omitir la eliminación, reforma y especialización de dichas carreras según lo ameritaran, ampliar las opciones de estudio, dando preferencia a las carreras de tipo técnico.

Ideó la formación en el país de un consejo nacional que viera por la superación permanente de la academia, la investigación y la extensión de la cultura.

Su concepción clara y puntual sobre el bachillerato orientaba a incluir todas las áreas que permitieran al estudiante recrearse en el pensamiento universal hasta el momento conocido, sin las cuales es imposible concebir al hombre integral y moderno; por otra parte, que permitieran al alumno llevar una orientación según sus inclinaciones, con un carácter propedéutico y que lo adiestrara en una actividad práctica, a fin de capacitarle para ser socialmente útil.

Enrique Díaz de León, primer rector, lo fue en tres ocasiones: la primera de octubre de 1925 a enero de 1926; la segunda de abril de 1927 a septiembre de 1928 y su tercer y último periodo lo fue de septiembre de 1931 a octubre de 1933.

En este último periodo realizó su obra más significativa: el impulso a la reforma universitaria, misma que plantearía en el primer Congreso de Universidades Mexicanas en septiembre de 1933, evento en el que la Universidad de Guadalajara cobró un papel trascendente, entre otros aspectos, por el impacto que su ponencia causó y por el vibrante discurso inaugural que pronunció, en el que planteó lo siguiente: “La Universidad de Guadalajara sostiene que nuestra posición ideológica tiene que ser de izquierda, porque de otra suerte la universidad mexicana estaría descentrada, desvinculada del momento que vivimos. La vida nacional se desenvuelve íntegra bajo el soplo de un anhelo, de una suprema aspiración tendiente a establecer en México el beneficio de los más. Sostenemos, aún a riesgo de que se nos juzgue radicales en demasía, que debemos estar preparados para el dominio de la justicia social y cuyo advenimiento esperamos optimistas. Es preciso, luego, dar a la universidad una orientación hacia las cosas nuestras. Nadie podrá negar que nuestras universidades se han desentendido casi completamente de la realidad mexicana”.

En 1935 el presidente de la República, general Lázaro Cárdenas del Río, lo invitó para hacerse cargo del Consejo Nacional de la Educación y la Investigación Científica, desde donde fundó múltiples escuelas para capacitación de obreros en diferentes estados, algunas de las cuales hasta la fecha aún funcionan.

Desde ahí impulsó de forma sobresaliente el desarrollo de la Universidad de Guadalajara.

El gobierno de Francia, en 1936 le otorgó la condecoración de las Palmas Académicas por su trabajo en favor de la educación. El embajador de la República de Francia, Julien Froüchier, en esa ocasión afirmó: “No puedo ocultaros que si alguna vez he experimentado satisfacción verdadera y aún cierto orgullo en representar a la Francia en vuestra bella ciudad de Guadalajara, es ahora en que, por mandato de la República Francesa, voy a tener el honor de prender sobre el pecho de tres de los mejores entre los hijos de esta ciudad, el listón violeta que honra las togas de nuestros maestros, de nuestros profesores y de nuestros sabios… Existe un pacto entre México y Francia, una íntima comunión del espíritu y una fraternidad obtenida de la misma fuente de cultura y de más de un siglo de amistad reciproca… Habéis permanecido fiel a ése pacto, Enrique Díaz de León. Vos os habéis acordado que vuestros Hidalgo y Morelos fueron los hijos espirituales de Mirabeau y de Dantón, que su entusiasmo fue nuestro entusiasmo y que ese pacto concluido en la embriaguez de la libertad se ha fortificado en la amistad… Señores, el valor de vuestros trabajos os ha dado derecho a ésta distinción que os entrego. La Francia hace justicia a vuestros meritos.”

Falleció el 28 de diciembre de 1937.

Para concluir este homenaje a tan eminente universitario, lo hago con las palabras que en su honor pronunciara en 1938 el brillante intelectual mexicano y Doctor Honoris Causa de nuestra Casa de Estudio, Vicente Lombardo Toledano: “Honor a Enrique Díaz de León, honor al fruto supremo de la nacionalidad mexicana, honor a nuestro destino, honor a los hombres superiores del pasado, que de esa suerte tengo la convicción de que nuestra patria ha de ser más de lo que es hoy; índice, bandera, ejemplo en el nuevo mundo y fuerza enorme de reserva para el mundo entero”. 

Prócer entrañable y altamente honrado: frente a los horrores que sufre la humanidad, en esta hora dramática para la nación, con el dolor y sufrimiento que tú mencionaras hace casi 90 años en nuestra fundación y que aún no cesan, en donde la humanidad eficientemente, más aún brillantemente administra y controla la materia, pero se ha olvidado penosamente de cultivar las virtudes.

La vida de la sociedad hoy, tiene memoria de corto alcance y padece olvidos gravísimos de consecuencias aún no advertidas; el espectro del internet nos consume y agota la atención para los asuntos del humanismo.

A la niñez y a la juventud no le enseñamos a pensar por sí mismos y sólo se advierte: “No saben leer y tampoco quieren”, pero tampoco les orientamos en el rigor de la vida y la academia, manteniéndolos al margen de su cultivo espiritual.

Los próceres y sus grandes decisiones, que nos heredaron tiempos mejores y virtudes cardinales, las tenemos olvidadas. Sólo tenemos presentes las miserias humanas de la modernidad, de la cual nuestros pueblos todos los días padecen las consecuencias.

Las expresiones humanistas: resiliencia, compasión, caridad, misericordia, piedad, bondad, condescendencia, conmiseración, munificencia, humildad, reverencia y tolerancia… las hemos enterrado fatalmente en el gran cementerio en que hemos transformado la suave patria del poeta.

En otro orden y con plena vigencia, como el fantasma de un nuevo apocalipsis para la humanidad, convivimos cotidianamente con la barbarie, la degradación, el fanatismo y la crueldad.

Frente a los escenarios descritos y las debilidades humanas presentes, cuestionémonos: ¿qué hemos dejado de hacer?, ¿no habrá un nuevo dictado de conciencia que nos conmine a actuar para construir nuestro nuevo paradigma?, ¿cómo entendemos y asumimos la responsabilidad de nuestros actos aquí y ahora?

Ahí tenemos el gratificante y luminoso legado que nos entregaste, pleno de virtudes, constructor y defensor de la educación universitaria, de la pública, laica y liberal. Es, especialmente para tus herederos morales, los universitarios de hoy, ruta luminosa, claridad ideológica y contundencia de hechos.

El compromiso para las generaciones presentes: conocerlo, asumirlo, actualizarlo, preservarlo, acrecentarlo, defenderlo y cumplirlo.

Muchas gracias.

 

Discurso del Mtro. José Manuel Jurado Parres, director de la Escuela Prepraratoria No. 5.

Museo de las Artes, 26 de septiembre de 2016

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