Bisbee y la profunda mina

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De Bisbee salieron los rangers —el primero de junio de 1906— y cruzaron la frontera. Debieron ir en línea recta hacia Douglas, entrar a Agua Prieta y avanzar hacia Cananea, Sonora, donde pararon su marcha. Ya allí reprimieron el piquete de huelga con sus balas, hasta matar a 23 obreros, herir a 22 y detener a 50 de los dos mil trabajadores mexicanos que, liderados por Juan José Ríos, Manuel M. Diéguez y Esteban Baca Calderón, exigían mejores sueldos y horarios laborales decentes a la empresa del coronel norteamericano William C. Greene, la Cananea Consolidated Copper Company.
Solapado por Porfirio Díaz, Greene solicitó el apoyo de los uniformados yankees, y ocurrieron los trágicos acontecimientos. El aparente conflicto aislado, acumuló todos los resabios de la nación, y daría como resultado —de acuerdo a los historiadores— el antecedente de uno de los mayores movimientos sociales del México moderno, que explotaría en 1910. Cananea es considerada, por ello, la cuna de la Revolución mexicana.
Después de merodear Nogales, ya en territorio americano, tomamos la Ruta 82. Llegamos a comer a Sonoita, y vimos el poblado de Patagonia. En Sonoita descubrimos los paisajes montañosos de Arizona: la tarde retenía unas nubladas lluvias esporádicas, luego el intenso sol describiría el desierto del Oeste. Habíamos reservado la noche para ir a Bisbee donde, nos habían dicho, se escuchaba buen jazz y rock. Llegamos ya de noche y buscamos hospedaje. No encontramos. Tuvimos que salir tres kilómetros y logramos alojarnos en un hotel al borde de la carretera, muy cerca de Tombstone.
Bisbee es ahora un pueblo encantador. Sus casonas victorianas y Art Decó las disfrutan sus habitantes, el turista y los artistas locales. Aquí se han realizado series de televisión y filmes. Kim Basinger se instaló en las inmediaciones para realizar escenas de L.A. Confidencial. Pero el mejor personaje del lugar es el escritor de ciencia ficción Jack Williamson (1908-2006), que nació aquí. Es autor de la novela La legión del espacio.

La oscuridad de Bisbee
Bisbee fue fundada en 1880, al pie de las Montañas de la mula, y su nombre se lo dio el juez DeWitt Bisbee, que invirtió en la apertura de Mina de cobre de la reina. El poblado no siempre fue el centro del condado, pero en 1929 fue trasladado de Piedra sepulcral (Tombstone), a Bisbee. Después los ingenieros de la Phelps Dodge Corporation hallaron filones de turquesa y desde entonces hay un color al que se le denomina Azul Bisbee.
La mina, que mantuviera por casi un siglo la explotación de pétreos, cerró en 1975, a partir de ese momento una gran parte de sus profundidades se dispusieron para el visitante. Recorrimos el poblado y al mediodía acudimos a Queen Minas. Nos colocan un traje amarillo chillante, nos dan linternas, un casco, tramposas y nos disponemos a viajar a la profundidad de la mina montados en un artefacto que desciende hacia los túneles subterráneos por las vías dispuestas desde ¿cuándo?
Por aquí bajaron los obreros que en 1917 iban tras de las mulas y que, al igual que en Cananea, se levantaron en huelga por los mismos motivos: la explotación. Fueron reprimidos por los rangers y hubo más de mil obreros deportados bajo sospecha de haber provocado el motín, sin que el Llanero Solitario apareciera en su auxilio, porque quizás era aún uno de ellos y andaba en Texas, soportando su nombre: John Reid. Los mineros fueron llevados en camionetas, como ganado, hacia Nuevo México y abandonados en el desierto, sin agua y sin dinero para sobrevivir… la operación se replicó en otras zonas mineras de Arizona.
Vimos las entrañas de Bisbee y su oscuridad y sentimos el frío.
Al final del túnel escuché una voz, que emergía a mis espaldas y me hizo brincar de espanto: un paisano, que había visto en los vestidores y era parte del equipo del tour, estornudó desde la profunda oscuridad.
—¿De dónde vienen? —preguntó.
Le dijimos que de Tonalá. Y se emocionó.
—Yo soy de Magdalena. Vivo aquí desde hace cuarenta años —e intercambiamos nuestra amistad.
Fuimos, al salir de la mina, a escuchar música y a tomar cerveza. Luego a cenar a un restaurante mexicano. De allí saldríamos pasada la medianoche, para encontrarnos, justo al salir a la carretera, con una patrulla del condado.
El conductor nos lanzó las luces. Nos detuvo. Nos acusó de exceso de velocidad. Nos dijo que estábamos ebrios. Nos amedrentó. Nos amenazó con llevarnos a la cárcel —en español gabacho. Nos dejó caer la luz de su linterna sobre la mirada. Explicamos. Mostramos documentos. Nada fue suficiente. Volvió a mencionar la cárcel. Y otra vez la cárcel. Y de nuevo la cárcel. Cuando agotó sus “argumentos”, volvió a escupir: “Mordieron la línea de la carretera”. “Están borrachos”, “Los puedo llevar a la cárcel”, “Iban a exceso de velocidad”, “¿De dónde sacaron la camioneta?”, “¿Dónde están durmiendo?”. Y, sin preguntar más, dispuso a Bella, la esposa de mi cuñado Renán, que condujera, ignorando si sabía hacerlo. Nunca exhibió el mejor argumento: son mexicanos y los quiero chingar, por mis pistolas.
Dormimos con sobresaltos —y un salvaje frío— toda la noche. A la mañana siguiente partimos a Tubac…

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