Atreverse a cuestionar el legado

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    Desde el empeoramiento de la salud del papa hace un par de semanas los periodistas de todo el mundo comenzaron a preparar los reportajes que serían mostrados al público ante la inminente muerte de Karol Wojtyla. A partir de su fallecimiento los medios han entrado en una carrera informativa que nos ha saturado de noticias, semblanzas, reseñas y opiniones en torno al pontífice. Sin embargo, diría que muchos de estos trabajos carecen de objetividad.
    La mayoría de la información presentada por los medios audiovisuales tiende a sobreexaltar e idolatrar la figura de este hombre. Han sido pocos los personajes que se han atrevido a cuestionar el legado de Juan Pablo II de una manera balanceada, que incluya aciertos y errores. Estas excepciones las he podido encontrar, como era de esperar, en la prensa escrita y en portales de internet.
    Desde mi perspectiva el papado del cardenal polaco no se distinguió por ser revolucionario como muchos creen. Por el contrario, una de sus características más importantes fue retomar las concepciones tradicionales previas al Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII.
    Juan Pablo II modificó lo concerniente a la relación directa de la santa sede con sus seguidores. Fue un genio que entendió las enormes ventajas que traía consigo un buen manejo de los canales de comunicación, un ideólogo que retomó el principio de los antiguos misioneros: para la evangelización es necesario peregrinar y llegar a todos los rincones del mundo, no importa cuán lejos estén. Esto me lleva a concluir que Juan Pablo II fue un revolucionario sí, pero solo en la forma y no en el fondo.
    La labor del papa número 265 no se caracterizó, en palabras de Leonardo Boff, por la reforma, sino por la contrarreforma y la reafirmación de las cosmovisiones más añejas y extemporáneas de la iglesia católica. Desde 1978, año en que asumió el papado, Wojtyla se alineó férreamente a las prácticas y razonamientos conservadores: llamó a su lado a los individuos más radicales del ala tradicionalista, se desentendió de la influencia jesuita y apoyó de manera incondicional a congregaciones de ultraderecha con poder económico y financiero, como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo.
    Su persistencia en la consecución de los designios reaccionarios le impidió adherirse a la dinámica social en distintos horizontes. Hizo que su religión terminara por caer en un desfase cultural que solo logró el distanciamiento de muchos de sus fieles.
    Con frecuencia los medios comentan la innovadora incursión del obispo de Roma en la política internacional. Sin lugar a dudas, su influencia en la restauración de la democracia y la libertad religiosa en Europa oriental fue decisiva en lugares como Polonia. Pese a ello, no resultaría erróneo aseverar que ante el temor de la amenaza comunista, Juan Pablo II se convertiría, quizá sin pretenderlo, en un extraordinario legitimador del modelo neoliberal de occidente. Aunque pronunció efusivos discursos en contra de algunos excesos perpetrados por las grandes potencias, jamás rompió relaciones diplomáticas con asesinos y genocidas internacionales de la talla de George W. Bush o Augusto Pinochet.
    El tema de los abusos sexuales y los casos de pederastia cometidos por ministros católicos denunciados en distintos lugares del orbe es también un asunto pendiente que la administración de Juan Pablo II subestimó y dejó a un lado. El Vaticano no ha entendido que no basta con llamar a esos sujetos “traidores” y decir que han cometido un pecado. No, no solo son pecadores, estos hombres también son criminales a los que hay que juzgar y poner a disposición de la ley. La insistencia en preservar el celibato como una obligación para los sacerdotes no hace más que propiciar este tipo de acontecimientos.
    Un punto interesante en los recuentos que he escuchado o leído acerca de este papa octogenario es que en ellos son pasadas por alto sus dotes como estratega económico. No sé si consideren este distintivo como una cualidad poco importante. En definitiva yo no lo veo así.
    Según investigaciones de la CIA, en los últimos 15 años el Vaticano redujo su déficit presupuestario en un 84 por ciento e incrementó su recaudación en un 283 por ciento. El hecho de conocer estos datos lleva inmediatamente a visualizar la contradicción de una iglesia cada vez más rica y aristocrática, erigida sobre un mundo colmado de seres que mueren de hambre y viven en la miseria.

    Ernesto Villarruel Alvarado,
    ernesto_ave@hotmail.com.

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