Arreola en escena

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La prosa de Arreola es una que siempre está en escena. Es decir, Arreola casi invariablemente coloca el lenguaje en un espacio cuyos elementos son teatrales. Si leemos con atención la obra del narrador zapotlense, desde el comienzo sabremos que una de sus más grandes aspiraciones fue la dramaturgia, el teatro.

Uno de sus primeros textos, “La vida privada” (Varia invención), es una historia que se narra en derredor de una puesta en escena de un acontecimiento “real”, que va muy ligada a La vuelta del cruzado, melodrama inmerso en una comedia que, aparentemente, ocurre en Zapotlán. Este cuento, que Arreola considera entre su producción como uno de sus textos “inmaduros”, en realidad nos revela la clara visión de que Arreola siempre se mantuvo en la escena.

Él mismo fue un actor de sí mismo. Como declamador que fue, desde muy temprano en su vida, esta disposición en todos sus cuentos se plantó con fuertes raíces. Arreola, en todo caso es un dramaturgo con una obra de teatro muy menor y poco recordada (La hora de todos), y una vasta producción narrativa que describen al gran dramaturgo que fue; ¿o acaso “El guardagujas”, una de las piezas centrales de su narrativa, no es una obra teatral, una puesta en escena en la que con toda claridad podemos ver al Arreola en la estación, a la espera de un tren inexistente?

El lenguaje de toda la narrativa arreolina está impregnada del actor-autor que invariablemente fue; y Juan José Arreola fue un actor que desplegó en sus trabajos todas las posibilidades dramatúrgicas. No en balde sus poemas en prosa del Bestiario fueron dictados (a José Emilio Pacheco) y no escritos. Arreola, pues, es uno de los más grandes y queridos prosistas de México y este año se cumplen cien años de su nacimiento. Arreola, su obra y su personaje serán celebrados y con ellos el idioma castellano de Zapotlán.

La poesía en voz alta
Poesía en voz alta es el proyecto teatral más importante en el que participara Juan José Arreola, sin embargo no fue el único. Su interés por la escena estuvo presente desde su juventud, cuando a los diecinueve años de edad deja Zapotlán el Grande para ir estudiar teatro en la Escuela de Bellas Artes en la Ciudad de México, donde en un principio aprende el arte de la oratoria al lado de Fernando Wagner.

Pensar en Juan José Arreola es reconocer a un actor perfectamente formado. Arreola, además de un gran escritor, fue un dandy erudito y locuaz, un caballero que honraba el castellano en cada frase, un declamador perfecto que entendía el verso barroco, el neoclásico y el modernista, creador, además, de su más grande personaje, él mismo, a quien supo interpretar con dignidad hasta que el abuso de la televisión lo deformara terriblemente.

En la Ciudad de México supo acercarse a los artistas escénicos más activos e influyentes de la primera mitad del siglo XX, como Xavier Villaurrutia, poeta y creador escénico fundamental en el Teatro de Ulises, agrupación salida de los Contemporáneos y que se atrevió a traducir y experimentar montajes de vanguardistas dramaturgias provenientes de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, principalmente. También Arreola formó parte de la compañía Teatro de Media Noche de Rodolfo Usigli, que por otro lado buscaba una reconstrucción de lo mexicano con un teatro psicologista e histórico. Posteriormente, y gracias a una beca del Instituto Francés de América Latina, Arreola consigue viajar a París para estudiar actuación en 1945.

Años después, en 1956, la Dirección de Difusión Cultural de la UNAM da origen al proyecto Poesía en Voz Alta, encabezado por el dramaturgo Héctor Mendoza y por el ensayista y poeta Jaime García Terrés, quienes consideraron como directores literarios a Octavio Paz y a Juan José Arreola. En poco tiempo esta agrupación de escritores, músicos, cantantes y actores jóvenes convocó a León Felipe, Elena Garro, Alfonso Reyes, Luisa Josefina Hernández, José de la Colina, José Emilio Pacheco, María Luisa Mendoza y Juan García Ponce, entre otros.

No es difícil imaginar la magia que produjeron estos artistas juntos. Uno de los elementos más interesantes de Poesía en Voz Alta fue su capacidad por integrar dramaturgias originales, como La hija de Rappaccini de Paz, con el teatro clásico español de las obras de Juan de la Encina y Diego Sánchez de Badajoz. A ese repertorio también sumaron propositivos montajes de obras cortas de García Lorca. De acuerdo con Arreola, se trataba de un ejercicio para viajar a la semilla, de desnudar el teatro de artificios y así llegar al corazón que se encuentra en la palabra, en la enunciación de la escritura, en la interpretación de voces y coros que llevan a otros universos.

Durante los años de Poesía en Voz Alta el realismo domina las carteleras, los estereotipos del teatro de género chico llegaron al cine, luego a las radionovelas y finalmente a la televisión, que estiró ridículamente los elementos del melodrama. Frente a estas tendencias dominantes, Arreola con Poesía en Voz Alta demostró que no había que inventar nada nuevo, que la vuelta de tuerca no se encontraría exclusivamente en la novedad, sino en una revisión inteligente y sensible de las dramaturgias clásicas, de su riqueza estilística, de sus estrategias narrativas. A ello añadieron elementos que acabaron con la solemnidad acartonada del teatro convencional. Arreola es una figura fundamental para el teatro mexicano, que a través de Poesía en Voz Alta dio continuidad al teatro experimental que inicialmente propusieron los Contemporáneos.

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