Algunas preguntas sin responder

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Martin Amis, en su novela Dinero, habla con una burla, que parece ingenua, acerca de la vileza y enajenación de querer controlar la plata: “El dinero, el dinero apesta. En serio. Y cómo apesta. Agarren un montón de billetes usados, y abaníquense la cara con ellos. En serio, pásense unos billetes bien usados por las narices. Calcetines y resaca porno, esperma reseco, pura basca, manteca, mocos, polvillo del que se mete en los billeteros, sudor manual y mierda de las uñas de la gente que ha tocado ese dinero durante todo el día. Ah, cómo apesta”. Y a pesar de esa mugre física y moral nadie puede evadirse ya de su poder.

 

Esa es la tesis de El capital (2012), la más reciente cinta de Costa Gavras, una de las películas presentes en el 2° Ciclo de cine y política, organizado por el Cineforo de la Universidad de Guadalajara, y el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Jalisco. En la película, en todo momento, se hace saber quién lleva el mando, porque el dinero no es un instrumento, sino “el amo, y cuanto mejor le sirves mejor te trata”, dice el personaje de un banquero; un artífice de la perversión económica, de los especuladores que han jodido todo sin remedio. Una especie de religión, como cree el director, que han dejado de lado “la visión política y filosófica”, para convertir al mundo en “un supermercado”.

Con ese panorama es obvio el porqué el crítico de cine Guillermo Vaidovits, uno de los presentadores del ciclo, cree necesario el que se den estos espacios en las salas de proyección, ya que “hay que hacer presente el tema, acercar al público joven, un tanto indiferente a la política y a pensarla, porque mediante las historias se puede descubrir la dimensión de nuestra vida comunitaria, la política”.

Vaidovits sabe que el cine desde siempre ha estado influenciado por el pensamiento político, no es nada nuevo, pero a veces sin un “entorno idealista” que lo promueva se ve “desconcertado” para contar esas historias, pero sin ser tan evidente, no se aleja del motivo. Y así, como en el ejemplo dado por las nueve películas del ciclo, las cuales, además del mencionado director franco-griego, pasan por gente como Loach, Bracho, Cazals, Trumbo y Monicelli, aun cuando sea a través de la conspiración, la lucha de facciones, lo financiero o lo antibélico, “detrás de cada una ellas hay lo político, y lo novedoso es volverlas a observar para saber cómo juegan esos factores, y aunque quieras voltear a otro lado, la política está ahí”.

A pesar de que directores como éstos siempre se han mostrado “preocupados” por el tema en cuestión, la aceptación del público no siempre se da, y por ello los creadores tienen que hacer “más digeribles los grandes problemas, envolver las historias en algo más consumible”, que es lo que finalmente busca la industria cinematográfica, y si no le resta verosimilitud, como afirma Vaidovits, sí cree que la contraparte de filmes más activistas y críticos se quedan sólo “en los circuitos más marginales, y es una limitante para el cinéfilo que busca más en las carteleras”.

En cuanto a la censura que haya sufrido este tipo de cine, Vaidovits dice que en ciertos casos ha habido sobre todo resistencia porque el público está acostumbrado a determinados temas y la industria a vender eso. Pero en otras situaciones, como ha pasado en México, aunque algunas veces la censura ha sido algo velada, en otros fue demasiado notoria. El caso de La sombra del caudillo de Julio Bracho —una de las seleccionadas por el ciclo— es ejemplar.  Se realizó en 1960 y estuvo congelada durante 30 años; un momento “bochornoso” del que nunca se dio una explicación satisfactoria.

Cree Vaidovits, sin embargo, que en el país lo que hay “es el lastre de la autocensura, porque el tema ha sido espinoso para todos y se han limitado a no hablar de él”, por la “falta de ejercicio” al respecto, sobre todo en los cineastas jóvenes, que no están interesados en las estructuras sociales. Esto se refleja en los contenidos de las historias que, o son muy comerciales o muy individualistas y “esotéricas”, pero con poca cabida para la crítica desde lo social. Y si no hay una generación que trate esos temas es porque el sistema político mexicano “sigue siendo oscuro, laberíntico, difícil de contar”, abordado muchas veces de manera superficial, o a partir tan sólo de las teorías de conspiración que todos “creen reconocer, pero cuando se habla de las raíces del poder y sus mecanismos en la sociedad, en todas las instituciones, ahí se pierden, no lo relacionan ni lo conectan, no lo notan”.

Pese a la fuerza del cine, Vaidovits está cierto de que una sola película no hace el cambio, pero sí deja “un depósito” que amplía las experiencias para ser más partícipes de la transformación social. Bien dice Costa Gavras —aunque está seguro de que el poder ya no lo tendrán más los políticos, sino los economistas— al afirmar que “los cineastas no tenemos soluciones, no es nuestro papel; las soluciones tienen que venir de la gente a la que votamos, que para eso están. Los cineastas tenemos en todo caso que hacer preguntas, las justas”.

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