30 años de un festival vivo

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“Lo que había en ese momento era una ausencia de espacios cinematográficos a nivel nacional”, así de simple y sin reparos Iván Trujillo, actual director del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG), reconoce la situación de lo que era la industria fílmica mexicana tres décadas atrás. Era el año 1986 y la producción cinematográfica en México parecía reducirse al desgastado género de la sexy comedia o el cine de ficheras. Los directores con aspiraciones artísticas o personales habían quedado relegados a una industria cultural que se aproximaba al borde de la desaparición, aunque con contadas excepciones como lo fueron Felipe Cazals, Arturo Ripstein o Paul Leduc… si bien una golondrina no hace verano.

Muchas de las películas que participaban en los Premios Ariel eran, de hecho, vistas casi exclusivamente por el jurado, pues la mayoría ni siquiera llegaba a exhibirse públicamente. En este contexto, comenzó la Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara, impulsada por el cineasta Jaime Humberto Hermosillo y por el crítico e historiador cinematográfico Emilio García Riera como un “espacio de introspección de la comunidad cinematográfica de México cuando estábamos en una crisis de la cual había que salir” —afirma Trujillo—, la cual hoy se ha convertido en festival internacional y celebra su trigésima edición. En el camino, la dirección de personalidades como el propio Jaime Humberto Hermosillo, Mario Aguinaga, Bertha Navarro, Leonardo García Tsao, Susana López Aranda, Guillermo Vaidovits, Kenya Márquez y Jorge Sánchez, ha permitido que el FICG se haya convertido en el principal referente del cine mexicano e iberoamericano en Latinoamérica.

Algunas de estas figuras, acerca de los elementos que habían dado pie a la creación de la muestra en un contexto crítico como era aquél, respondieron de manera cuasi unánime: era necesario crear un puente entre los espectadores, ávidos de volver a las salas de cine a mirar una película mexicana, y el cine de autor, que no tenía cabida dentro del circuito comercial. La muestra sería una ventana, una mirada a ese otro mundo que se sobreponía a las crisis y el olvido…, a pesar de todo.

Un camino hacia la consolidación
“Guadalajara y su festival se convirtieron en un punto de encuentro de una comunidad desunida en su momento y que funcionó además como un espacio de creación de proyectos, de flujo de información y de desarrollo de iniciativas que se convertirían en políticas”, dice Iván Trujillo sobre el festival que ahora preside. “Aquí se han gestado algunas de las políticas que han hecho que nuestro cine esté en un muy buen momento como el que experimenta ahora”.

Así, a casi 30 años de aquel primer encuentro entre públicos, cineastas, actores, gestores culturales y prensa, los alcances internacionales de un festival plural y cambiante, consecuencia de un trabajo colectivo cargado de propuestas y entusiasmo, debe ahora seguir enfrentando el eterno desafío de la permanencia. “Lograr un mejor posicionamiento dentro del circuito de los festivales”, en opinión de Vaidovits; “mantener vivo y cercano el contacto con los espectadores”, como afirma Márquez; “no permitir que el cine mexicano, primer motivador del festival, pierda presencia”, advierte Aguinaga; en definitiva “descender e impulsar el cine mexicano con un esfuerzo extra, como nunca antes hemos hecho”, según Sánchez, y así cumplir el mayor de los objetivos: llegar a la edición número 60.

Como presidente del Patronato del Festival, aunque fundamentalmente como testigo y su principal promotor a lo largo de tres décadas, Raúl Padilla López insiste en la consolidación de esta gran fiesta del cine, y en “hacer del festival de Guadalajara un festival indispensable para la cinematografía iberoamericana que pretende presentar lo mejor de lo que se produce en nuestra comunidad idiomática y cultural —América Latina y la Península Ibérica—  así como aprovechar  esta convocatoria para traer lo mejor del cine mundial, lo mejor de lo que se produce en las principales regiones y lo mejor en razón de las diversas secciones que hemos ido decantando: lo mejor en cine medioambiental, lo mejor del cine en torno a la música y lo mejor del cine de diversidad de género. Ése es el reto, consolidarlo. Si bien, el festival más importante que se lleva a cabo en nuestra región es el de San Sebastián, que es un festival multiregional compitiendo con los festivales de gran formato como son Cannes, Berlín o Toronto, el nuestro es un festival especializado en el que la competencia se da básicamente en lo iberoamericano; ahí, me da mucho gusto que ya sea considerado el más importante de los iberoamericanos”.

 

Mario Aguinaga
Director de la Muestra de Cine Mexicano de 1990 a 1995

“Fue Emilio García Riera quién me invitó. Queríamos una muestra en la que los directores y actores fueran las estrellas y tuvieran un contacto directo con el público”, recuerda quien dirigiera el proyecto seis ediciones consecutivas. “Era además el único trampolín para el cine mexicano que había en la época”. La convivencia de directores, actores, invitados y prensa en el mismo hotel, donde se hospedaban todos, le confirió al evento el carácter entrañable por el que es reconocido. “Era especial y posible gracias al apoyo de la Universidad de Guadalajara. Incluso los invitados de los festivales de Cannes, de Berlín, de San Sebastián y de Huelva que nos visitaban nos externaban cuánto les gustaba esa convivencia cercana que reconocían ya inexistente en aquellos grandes festivales”.

Desde entonces la internacionalización fue un elemento fundamental, pues la muestra se convirtió en el espacio al que aspiraban los cineastas mexicanos para encontrar un puente a grandes festivales en el mundo. Directores de festivales como Diego Galán, del de San Sebastián, Gilles Jacob del Festival de Cannes o José Luis Ruiz del de Huelva, asistían a Guadalajara en busca de películas mexicanas de calidad y “alto nivel que a pesar de la baja producción mantuvimos; prueba de ello es que cada año estos festivales se llevaban películas mexicanas para exhibirlas allá, sin tener ninguna obligación de hacerlo”. La inserción de la sección de cine iberoamericano jugó también un papel muy importante, “pues aunque entonces aún no se conformaba el mercado al interior de la muestra, solían haber compradores. Una venta importante para el mercado mundial fue la reconocida película cubana  Fresa y chocolate que se realizó aquí con nosotros”.

La búsqueda de cercanía entre los creadores y los espectadores, así como el fortalecimiento en la exhibición del cine mexicano, hicieron a Aguinaga resistirse a la idea de ver convertida la muestra en un festival, temía que “les fueran a robar los reflectores a los mexicanos, lo que es normal en un festival internacional por lo que yo defendía la idea de que esto siguiera siendo un trampolín para la producción mexicana”.

 

Guillermo Vaidovits

Director de la Muestra de Cine Mexicano en el 2000 y 2001

“¿Qué motivó el cambio al festival que hoy conocemos?”, repite Vaidovits la pregunta que le he formulado y, tras pensarlo un poco, asegura: “Fue una evolución natural”. Lo cierto es que la transformación no fue forzada, sino más bien una aceptación de lo que años atrás había comenzado a hacer la revista Dicine (fundada por el célebre Emilio García Riera) que reconocía las mejores películas de la muestra y que tiempo después emularían algunos críticos extranjeros. Poco a poco la participación de figuras de otras cinematografías —como Pedro Almodóvar— convirtieron en una costumbre la convivencia y el respaldo hacia las películas presentadas, más propios de un festival que de una ventana de exhibición.

Para llegar a ello, la muestra debió fortalecerse y evitar la suerte que habían sufrido otros festivales nacionales. “En el camino se quedó el Festival de Cancún, el Festival de Mazatlán, el de Ciudad Juárez, el de la Ciudad de México y la intención de revivir el Festival de Cine de Acapulco. Mantenerse ha sido un gran mérito del festival, pues ha sabido adaptarse a los públicos, las formas de consumo y las temáticas de interés sin estancarse en un formato rígido. Es un festival que está vivo”. Un festival que ayudaría en buena medida a variar la opinión del público sobre el cine mexicano.

 

Kenya  Márquez

Directora de la Muestra de Cine Mexicano y del Festival Internacional de Cine en Guadalajara de 2002 a 2005

“Me tocó personalmente toda esa transición, primero de muestra de cine mexicano a iberoamericano, y luego cuando se cambió el nombre por completo a Festival Internacional de Cine en Guadalajara”, dice. Para el año 2002 una nueva crisis derivó en la escasez de películas nacionales y una de las principales alternativas para los espectadores fue incluir en competencia cortometrajes y largometrajes iberoamericanos, así como invitar a los directores de estas cinematográficas hermanas a presidir las proyecciones: “Algo muy interesante porque es un cine muy ligado a la problemática que tiene un país latinoamericano y todavía resulta difícil que llegue a las salas de cine, ya sean culturales o comerciales”.

Aquella fue la primera ocasión que ganaba la competencia un documental (Gabriel Orozco) como reflejo de lo que estaba pasando en el cine nacional, pues “los cineastas no tenían muchas posibilidades de producir sus películas y la opción del documental era algo más barato”. El paso a la instalación del mercado se convirtió entonces en una prioridad, uno en el que las películas iberoamericanas pudieran encontrar una salida internacional. Así, en el 2003 surgió también el Encuentro de Creadores —antecedente directo del Talents Campus— y el Encuentro de Coproductores para películas iberoamericanas (que permanece hasta hoy).

 

Jorge Sánchez

Director del Festival Internacional de Cine en
Guadalajara de 2006 a 2010

“La muestra fue siempre un acto de gran osadía y generosidad, por el que apostaron figuras importantes como Jaime Humberto Hermosillo y el acucioso, divertido y generoso Emilio García Riera”, reconoce el hoy director de IMCINE. “Me tocó recoger la estafeta de un festival ya muy importante y tuve la oportunidad de ayudarlo a crecer y crecer yo personalmente”.

El intento por desarrollar el perfil industrial de un festival de alcances que habían trascendido lo mexicano, se convirtió en un objetivo estratégico para que resultara “una opción sólida y atractiva para los profesionales” sin dejar de lado el carácter divertido y activo que va de la mano con el cine. En la sección Son de Cine, participaron figuras de la música tan importantes como Aterciopelados, Manu Chao y Café Tacvba. El inicio de Talents Campus que dio la oportunidad a México, Centroamérica y el Caribe de intercambios empíricos, propició que “la profesionalización del festival saliera adelante” tarea que, sin embargo, no debe dejar de renovarse sin olvidar “el derecho que tienen las audiencias de ver su cine”.

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