11-S: 10 años de daños colaterales

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El 11 de septiembre de 2001 (11-S) cambió el rumbo de muchas cosas, entre éstas el de una presidencia que mantenía dividida a la opinión pública, pues se había definido apenas por la decisión de los votos de un estado, que además, era gobernado por el hermano del candidato favorecido con el triunfo: el republicano George W. Bush junior.
Antes del 11-S el presidente Bush enfrentaba graves problemas de división en torno a su proyecto de gobierno, que dificultaban la implementación de sus acciones, pero luego de los atentados del 11-S, el pueblo estadounidense supo dejar de lado sus diferencias para unirse en torno a la emergencia nacional que implicaba el mayor ataque terrorista en suelo estadounidense.
Palabras como terrorismo, amenaza y seguridad en los discursos presidenciales probaban tener efecto contundente en la población, lo que permitió al presidente emprender acciones en el plano interno y externo, imposibles de aceptarse en un contexto distinto.
El 11-S representó entonces una doble tragedia: primero por los ataques terroristas perpetrados contra Estados Unidos y después por los daños colaterales generados por las medidas implementadas como respuesta, en nombre de las víctimas y del combate al terrorismo.
Algunos de los principales daños colaterales se presentaron en el plano doméstico, pues por un lado titulares como “America Under Attack”, que pretendían dar cuenta de la situación con un aire sensacionalista, favorecieron una psicosis colectiva que fue el caldo de cultivo para la polarización, la intolerancia, el temor, la sospecha y el odio en torno a algunos estereotipos, principalmente hacia la comunidad musulmana.
En ese contexto se aceptó, por ejemplo, la promulgación de la denominada Ley patriótica, que amplía los poderes de vigilancia del Estado hacia ciudadanos nacionales o extranjeros, bajo la premisa del combate al terrorismo, pero impone restricciones a los derechos y garantías de los propios ciudadanos, lo que implica un retroceso en esta materia, que en un contexto distinto habría sido imposible de aceptarse. De igual forma, las prácticas de maltrato, tortura y violaciones de derechos hacia los detenidos, reveladas tanto en Guantánamo como en Abu Ghraib, significaron un daño colateral en torno a los principios promovidos tradicionalmente por Estados Unidos.
El sistema internacional también sufrió alteraciones significativas, pues durante la década de 1990 y tras el fin de la Guerra fría, su dinámica parecía desplazar la agenda de seguridad militar en favor de una agenda económica como principal motor de las relaciones internacionales, pero tras el 11-S las reuniones internacionales ya programadas cambiaron sus temas prioritarios y pronunciamientos, para incluir a la seguridad y el combate al terrorismo como prioridades. De igual forma, temas bilaterales con Estados Unidos que tuvieran implicaciones reales o potenciales sobre la seguridad, quedaron relegados, como fue el caso del acuerdo migratorio pretendido por México.
En un segundo momento, ante las acciones tomadas por Washington como respuesta al 11-S, diversos países optaron por reforzar su seguridad, aumentando la desconfianza sobre algunos de ellos y la posibilidad de nuevos conflictos.
En ese mismo sentido, esas acciones emprendidas como respuesta por parte del gobierno estadounidense, afectaron negativamente la credibilidad y el liderazgo de la potencia americana ante gran parte de sus ciudadanos y la comunidad internacional, pues se emprendieron campañas militares en Afganistán e Irak, argumentando su relación con Al Qaeda, y si bien la caída del régimen talibán reveló su relación con este grupo radical, en el caso de Irak, tras la caída de Saddam Hussein, no se pudo acreditar ni su relación con Al Qaeda ni la existencia de armas de destrucción masiva.
La utilización del 11-S para apelar al miedo colectivo, lo convirtió en la cortina de humo que no dejó ver con claridad muchos de los problemas que iban creciendo en Estados Unidos y el mundo, pero además, a 10 años del 11-S, poco han contribuido a resolver las circunstancias que le dieron origen, pues el mundo se aleja más de la seguridad a medida que lo hace del diálogo.
No lo perdamos de vista, porque al parecer la guerra contra el crimen organizado se ha convertido en el 11-S personal del presidente Calderón y le impide ver los otros problemas que el país enfrenta.

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